¡Amor y paz!
Los profetas antes de
Cristo; Cristo mismo y los nuevos profetas y testigos de Dios son
frecuentemente perseguidos, calumniados, despreciados, asesinados. Sólo al paso
del tiempo se les reconoce su santidad, que sí venían de Dios. Y entonces se
les reconoce como Santos, se leen con avidez sus escritos, se adornan sus
tumbas, se levantan templos en su honor y se les nombre patronos y ejemplo para
una comunidad cuyos padres fueron los asesinos de esos enviados de Dios.
No es fácil decidirse a
convertirse en testigos del amor de Dios en el mundo, un mundo que vive muchas
veces al margen de la verdad y del bien, y que se siente afectado en sus
intereses pecaminosos, que no quiere dejar, y que se hace contestatario ante
los enviados de Dios, persiguiéndolos hasta la muerte, para evitar que se
despierte el grito de su conciencia que le reclame su falta de amor y de un
auténtico compromiso de fe.
Así, ni ellos aceptan la
salvación que Dios nos ofrece, ni dejan que otros la acepten, y más bien los
unen a su causa de rechazo, de persecución y de muerte de los Testigos del
Reino. Sin embargo, a pesar de todo esto, el Señor nos dice: ¡Ánimo!, no tengan
miedo, yo he vencido al mundo.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la 28ª semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio
según San Lucas 11,47-54.
Dijo el Señor: ¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.» Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.
Comentario
El Hijo de Dios, hecho uno
de nosotros, ha venido, no a cerrarnos sino a abrirnos la puerta que nos
conduce a la plena unión con Dios. Él es esa puerta, pues no hay otro nombre,
ni en el cielo ni en la tierra, en el cual podamos salvarnos. Unidos a Cristo
mediante la fe y el amor seremos siempre los hijos amados del Padre Dios, en
quienes Él se complazca. Unidos a Cristo tenemos asegurada la herencia que a Él
le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
.
Y nuestra unión a Cristo se
inicia desde el día en que, vueltos del pecado, culminamos nuestra primera
conversión mediante el Bautismo. Pero sabiéndonos pecadores e inclinados al
mal, viviendo en una continua conversión, volvemos a la paz con Dios, con el
prójimo y con nosotros mismos mediante el Sacramento de la Reconciliación.
Así
podremos sentarnos a la Mesa Eucarística, a participar del Pan de Vida,
mediante el cual se fortalece nuestra comunión de Vida con el Señor, que nos
enviará al mundo como santos e irreprochables por el amor, para que demos
testimonio de una vida de fe vivida sin hipocresías, sin persecuciones, sin
muerte, sino comunicando Vida, la Vida que nos viene de Dios. Por eso la
Eucaristía nos compromete profundamente a ser un signo creíble del amor
salvador de Dios en el mundo. Vivamos, pues, con lealtad, la fe que hemos
depositado en Cristo Jesús.
Dios ha constituido a su Iglesia
como signo de unidad en el mundo; unidad que debe culminar en nuestra unión en
Cristo Jesús, en el que desaparezca todo signo de odio o de división entre
nosotros. Dios nos quiere fraternalmente unidos; Él quiere que nuestra fe se
proyecte más allá de las paredes de los templos, o de la intimidad del corazón.
No podemos llevar una vida doble, no podemos llevar en una mano el rosario y en
la otra las armas para acabar con nuestro prójimo.
Si realmente le pertenecemos
a Dios seamos los primeros en ser los constructores de la unidad y de la paz;
seamos los primeros en ser solidarios con nuestros hermanos que sufren a causa
de la violencia, de la injusticia o de la pobreza. De nada nos servirían
nuestros rezos si continuamos con el corazón cargado de maldad, de egoísmo, de
injusticias y de persecuciones. No podremos llamar sinceramente Padre a Dios
mientras nos mordamos mutuamente. Tratemos de que con nuestras actitudes jamás
les cerremos las puertas de la eternidad junto a Dios a los demás, por llevar una
vida incongruente con el Evangelio que anunciamos, siendo así ocasión de
escándalo, de burla o de desprecio del Santo Nombre de Dios para ellos.
Homiliacatólica.com
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