¡Amor y paz!
Ayer, al celebrar la
memoria de Nuestra Señora de los Dolores, meditamos acerca del sufrimiento de
la Virgen María al pie de la cruz. Juan, quien también estaba allí, representa a toda la
humanidad, que a partir de esa hora ha de acoger a la Madre del Señor, y con
ella a todas las mujeres que sufren.
Hoy, precisamente, el
Evangelio nos narra cómo Jesús siente lástima de la mujer viuda que va a enterrar a su único hijo. «No llores», le dice, como seguramente le dijo
Juan a María, en el Gólgota. Y Jesús resucita al hijo, ante el sobrecogimiento
de todos los presentes.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XXIV Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Del
santo evangelio según san Lucas 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores». Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Comentario
Qué escena. Jesús ha
comenzado a predicar la Buena Noticia y se topa con un entierro. El muerto en
un chico joven, y es el hijo único de una madre; y esta madre es una mujer
viuda. Es el colmo del ser indefenso, pobre, desvalido. Una viuda, durante un
tiempo, debía ir enlutada. Muchas veces, solo le quedaba el recurso de volver a
la casa paterna. Con frecuencia aparece en la Biblia la alusión al desamparo de
las viudas y al deber de asistirlas. En el capítulo sexto de los Hechos,
leemos: “Los creyentes de origen helenista se quejaban de los de origen judío
porque las viudas no eran atendidas en el suministro cotidiano”. E insiste
Santiago: “La religiosidad auténtica consiste en socorrer a huérfanos y viudas
en la tribulación”.
Palabras, casi sacramentales,
de Jesús: “No llores, mujer”. La viuda y madre del muerto se encuentra con
Jesús. Cuando le parecía tener todo el horizonte de su vida cerrado, brilló la
luz. Lo describe muy bien el evangelio: el Maestro se acerca, ve el panorama,
se conmueven sus entrañas y actúa, con palabras y obras. “No llores”, dijo
a la madre; “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”, exclamó delante del
muerto. Luego vino el gesto: “Y Jesús se lo entregó a su madre”. ¿No evocamos,
en seguida, palabras parecidas desde la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”? El
signo de Jesús estremeció a la gente: “La noticia se propagó por toda la
región, el temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo ``Dios ha
visitado a su pueblo``”. El encuentro con Jesús siempre nos recrea. Por
recordar solo a algunas mujeres que se cruzaron en el camino: la mujer
adúltera, la hemorroísa, la mujer pecadora de Betania, la que depositaba el
óbolo en el cepillo del templo, la samaritana.
Que nadie tenga que
llorar. Ojalá los seguidores de Jesús repitamos siempre sus palabras de
misericordia: “No llores”, “Levántate”. Ojalá nos creamos que los que lloran
son bienaventurados porque serán consolados por nosotros. Jesús siempre da
vida: “He venido para que tengan vida, y la tengan abundante”; si los cristianos
no damos vida es que el Espíritu de Jesús no está en nosotros. Ha de herirnos
en nuestra propia carne el dolor de tanta gente. (Acaso, lo contemplamos mil
veces por la tele, y el corazón se queda endurecido). Por supuesto, -terrible
paradoja- que la religión, la imagen de Dios, la moral cristiana no engendre
temor o desaliento. Que experimentemos la vida, el gozo, el entusiasmo de saber
que Dios Padre solo busca el bien del hombre, la felicidad de sus hijos.
Y no digamos, cuando un ser querido se nos va; escuchemos a Jesús
“no llores”, y colmémonos de esperanza. Lo hemos dicho y oído a todas horas;
antes de comunicar vida a los demás, habremos de sentir esa vida, ese amor, esa
salvación de Jesús en nosotros. ¿Cómo comunicar lo que no hemos experimentado?
Conrado
Bueno, cmf
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