¡Amor y paz!
Ser elegido por Cristo, ser instruido por Él, ser
revestido de su poder, ser enviado y ponerse en camino para cumplir con la
misión encomendada; todo esto es lo que caracteriza al auténtico enviado de
Dios. No son nuestras iniciativas personales, ni únicamente nuestro estudio
sobre la Palabra de Dios, ni sólo nuestros planes temporales, sino Dios el que
realiza su obra de salvación por medio de Cristo y por medio de la Iglesia de
su Hijo.
Esto nos debe llevar a ser nosotros los primeros
comprometidos con Cristo y con su Reino, pues nosotros mismos debemos ser los
primeros en vivir aquello que anunciamos. ¿Cómo podrían ser creíbles nuestras
palabras de liberación de la esclavitud al mal y a lo pasajero si nosotros
mismos permanecemos esclavos de ello? ¿No seríamos así, acaso, motivo de burla
y no de salvación para los que nos escuchen y contemplan nuestra vida?
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Lucas 9,1-6.
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.
Comentario
El Señor nos reúne en la Celebración Litúrgica.
Nosotros hemos escuchado su voz y, obedeciéndole, estamos en su presencia
dispuestos a dejarnos instruido por Él. Pero no sólo queremos llenar nuestra
cabeza de conocimientos tal vez muy importantes, pero que no tendrían sentido
si no llegaran a hacerse vida en nosotros. Antes que nada nosotros debemos
dejarnos transformar por la Gracia; el Espíritu Santo debe ir transformándonos,
día a día, conforme a la imagen del Hijo de Dios. La Eucaristía nos une a Cristo y nos hace uno
con Él. Por eso debemos vivir en una continua conversión, de tal forma que,
fieles a su Palabra, lleguemos a la plenitud de Cristo, convertidos, así, en un
signo del amor de Dios en el mundo.
No podemos conformarnos con el culto que le tributamos a Dios ni con nuestra santificación personal. El Señor, habiéndonos transformando conforme a la imagen de su Hijo, nos quiere enviar para que proclamemos a todos la Buena Nueva del amor de Dios, que los libra de sus diversas esclavitudes al pecado y a la muerte. Esto, por tanto, no puede transformarnos en simples predicadores del Evangelio, sino que nos debe hacer cercanos a todo hombre que sufre para ayudarle a salir de todo aquello que le comprime, que le esclaviza y que le rebaja su dignidad personal como humano y como hijo de Dios. El Señor nos quiere eternamente con Él, libres de toda maldad; santos como Él que es Santo. La Iglesia de Cristo lucha constantemente por hacer realidad este deseo del Señor ya desde ahora; y lo hace no sólo con sus palabras, sino con la vida, convertida en un testimonio verdadero de la vida nueva que Dios quiere para todos, y en la que nosotros ya vamos en camino.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de amar en todo su voluntad y de vivir conforme a ella, de tal manera que podamos proclamar su amor y su misericordia a los demás, desde aquello que nosotros mismos hemos ya experimentado del Señor desde esta vida. Amén.
Homiliacatolica.com
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