viernes, 13 de junio de 2014

El que odia a su prójimo no vive unido a Cristo

¡Amor y paz!

El matrimonio es una alianza, realizada con toda madurez, y al mismo tiempo aceptando todas las consecuencias de la misma. Esto exige una auténtica fidelidad en el amor. Este, el amor, es lo central en la decisión de unirse un hombre y una mujer de un modo estable. Pero no podemos negar tantas infidelidades nacidas de una falta de un auténtico compromiso de amor entre los esposos.

La cultura de este tiempo, que nos ha tocado vivir, muchas veces va arrastrando las conciencias para que actúen, en algo tan importante, como si sólo fuese un juego, o si como se tratara de un experimento, haber si resulta, y si no, desecharlo para que no nos dañe. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de las 10ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,27-32. 
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.  
Comentario

Tenemos que reflexionar sobre las causas que llevan a las personas al matrimonio. Si son cosas externas a ellos, ellos mismos se ponen en riesgo de caminar hacia un verdadero fracaso. Por eso, la educación nacida desde el seno familiar, debe servir de pilar firme para que, a pesar de los malos ejemplos que proclaman a los cuatro vientos los medios masivos de comunicación, no se juegue ni con los demás, ni con uno mismo. Unidos en matrimonio, lo que Dios unió que no lo separe el hombre.

El Señor nos reúne para renovar con nosotros su Alianza nueva y eterna. Él ha sido siempre fiel a nosotros, a pesar de que muchas veces nosotros nos hemos alejado de Él y nos hemos envuelto en el pecado, en la infidelidad al Señor de la Iglesia. Sin embargo el Señor no quiere que nadie se condene, sino que todos se conviertan y se salven. Este es el sentido del Misterio Pascual de Cristo: Él, con su muerte, perdonó nuestros pecados, y con su resurrección nos dio nueva vida. Al participar de la Eucaristía no sólo realizamos un acto de culto a Dios, sino que aceptamos volver al Señor y caminar, nuevamente, en su presencia, ya no como extraños y advenedizos, sino como hijos de Dios.

El Señor nos ha destinado para que vayamos y proclamemos su Nombre a todas las naciones, como la Buena Noticia que nos salva. Él, unido a su Iglesia por el amor siempre fiel, se hace presente a través de todas las generaciones, con su poder salvador, por medio nuestro. Ojalá y no traicionemos el amor de Cristo. Y no lo traicionaremos cuando, después de entrar en intimidad con Él, volvamos a nuestras actividades diarias como testigos de la verdad y del bien. Seamos testigos de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte para que todos puedan aclamar con júbilo al Señor. El que oprima a su prójimo, aquel que sea ocasión para él de dolor, de sufrimiento o de muerte, no puede decir que vive unido a Cristo, sino que, lejos de Él ha hecho de su vida un signo del malo, a quien ha unido realmente su existencia.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de permanecer fieles al amor a Dios y a nuestro prójimo, de tal forma que, viviendo conforme al Evangelio y dando testimonio de él con nuestras obras, seamos dignos de permanecer unidos con el Señor en la eternidad. Amén.


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