Se van sucediendo, en
el primer capítulo de Marcos, los diversos episodios de curaciones y milagros
de Jesús. Hoy, la del leproso: «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó.
La lepra era la peor enfermedad de su tiempo. Nadie podía tocar ni acercarse a
los leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta
marginación.
El evangelista presenta,
por una parte, cómo Jesús siente compasión de todas las personas que sufren. Y
por otra, cómo es el salvador, el que vence toda manifestación del mal:
enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios ha llegado a
nosotros.
El que Jesús no quiera que
propalen la noticia -el «secreto mesiánico»- se debe a que la reacción de la
gente ante estas curaciones la ve demasiado superficial. Él quisiera que, ante
el signo milagroso, profundizaran en el mensaje y llegaran a captar la
presencia del Reino de Dios. A esa madurez llegarán más tarde (José Aldazábal).
Los invito, hermanos, leer y meditar el Evangelio y el comentario,
en este jueves de la 1ª. Del tiempo ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Marcos 1,40-45.
Entonces se le acercó un
leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres,
puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó,
diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra
desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole
severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al
sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que
les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a
proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya
no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera,
en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Comentario
Acerquémonos a Cristo con
la misma confianza y apertura con que el enfermo se acerca al médico. No
tengamos miedo en presentarle las heridas más profundas y putrefactas de
nuestra propia vida. Él es el único Enviado del Padre, en quien nosotros
encontramos el perdón y la más grande manifestación de la misericordia de Dios
para con nosotros. Por eso vayamos a Él sabiendo que Él no vino a condenarnos,
sino a salvarnos a costa, incluso, de la entrega de su propia vida por
nosotros. Habiendo recibido tan gran muestra de misericordia de Dios para con
nosotros, Él nos ha confiado la reconciliación de toda la humanidad a través de
la historia.
La Iglesia de Cristo no
puede cumplir con la misión que el Señor le ha confiado para buscar el aplauso
de los demás. No puede hacerse publicidad a sí misma mediante el cumplimiento
de su misión; no puede querer caer en gracia de los demás haciéndoles el bien y
socorriéndoles en sus necesidades. Su servicio ha de ser un servicio callado no
en nombre propio, sino en Nombre del Señor. A Él sea dado todo honor y toda
gloria, ahora y por siempre. Por eso, aprendamos a retirarnos a tiempo, para ir
al Señor y ofrecerle lo que Él mismo hizo por medio nuestro.
A pesar de que nosotros hemos abandonado muchas veces los caminos del Señor, Él jamás se ha olvidado de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno. Por eso jamás podemos decir que Dios nos ha rechazado. Dios siempre está junto a nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos. Hoy nos hemos reunido para celebrar el Sacramento de su amor por nosotros. Él no nos rechaza por habernos encontrado cargados de miserias que han deteriorado nuestra vida, o con las que hemos contribuido a deteriorar la vida familiar o social. A Él lo único que le interesa y le llena de gozo es el habernos encontrado. Por eso, si somos sinceros con el Señor; si en verdad (celebramos) la Eucaristía para encontrarnos con Él y reorientar nuestra vida, le hemos de pedir, con humildad diciendo: Señor, si tú quieres, puedes curarme. Y Dios tendrá compasión de nosotros.
A pesar de que nosotros hemos abandonado muchas veces los caminos del Señor, Él jamás se ha olvidado de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno. Por eso jamás podemos decir que Dios nos ha rechazado. Dios siempre está junto a nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos. Hoy nos hemos reunido para celebrar el Sacramento de su amor por nosotros. Él no nos rechaza por habernos encontrado cargados de miserias que han deteriorado nuestra vida, o con las que hemos contribuido a deteriorar la vida familiar o social. A Él lo único que le interesa y le llena de gozo es el habernos encontrado. Por eso, si somos sinceros con el Señor; si en verdad (celebramos) la Eucaristía para encontrarnos con Él y reorientar nuestra vida, le hemos de pedir, con humildad diciendo: Señor, si tú quieres, puedes curarme. Y Dios tendrá compasión de nosotros.
Pero, así como nosotros
hemos sido amados por Dios, así hemos de amarnos los unos a los otros. Por muy
grandes que sean los pecados de los demás, jamás los hemos de condenar, sino
más bien ir a ellos con el mismo amor y la misma compasión que Dios nos ha
manifestado a nosotros. Tocar a los enfermos, significará acercarnos a ellos
para conocer aquello que realmente les aqueja, para dar una respuesta a sus
miserias, no desde nuestras imaginaciones, sino desde su realidad, desde su
cultura, desde su vida concreta. Esto nos habla de aquello que el Magisterio de
la Iglesia nos ha propuesto: inculturizar el Evangelio. Y, aun cuando no hemos
de caer en una relectura ideologizada del Evangelio, el anuncio del mismo no
podrá ser eficaz mientras no conozcamos al hombre en su caminar diario;
entonces podremos no sólo serle fieles a Dios, sino también al hombre.
Roguémosle al Señor, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la
gracia de vivir en una continua cercanía a Dios para escuchar su Palabra y
ponerla en práctica; y en una continua cercanía al hombre para conocerle en su
vida concreta y poder ayudarle a que Cristo se convierta en Luz, que ilumine su
camino hacia el encuentro del Padre Dios. Amén.
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