martes, 10 de diciembre de 2013

Dios no persigue a los pecadores: los acoge misericordioso

¡Amor y paz!

La corta parábola que nos presenta hoy el Evangelio tiene una doble finalidad: de un lado, se quiere probar la misericordia de Dios para con los pecadores; por ello, está ubicada después de la curación del paralítico, a quien no sólo se le devuelve la salud sino que se le perdonan los pecados (cf Lc 15, 4-7); y, de otro lado, demostrar el amor que Dios tiene particularmente a los pequeños, que representan a los más débiles y desprotegidos de la sociedad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la II Semana de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 18,12-14.
Jesús dijo a sus discípulos: ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños. 
Comentario

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Los que hemos aceptado y hecho nuestra la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús, su Hijo, continuamos siendo frágiles y expuestos a un sinnúmero de tentaciones, que muchas veces, por desgracia, nos desvían del camino de la salvación. Y Dios, por medio de su Hijo, ha salido a buscar a sus ovejas, que se descarriaron seducidas por el mal. Y al encontrarlas las ha cargado, jubiloso, sobre sus hombros. La cruz que lleva sobre sus hombros es el hombre pecador, que va a ser redimido para que vuelva, purificado de todo pecado, a la casa del Padre. El Señor, en el Evangelio de este día, invita a su Iglesia a salir al encuentro del hombre pecador, para convertirse para él en una manifestación del amor misericordioso y salvador de Dios. 

Cristo ha dado su vida por nosotros porque nos ama. Mediante su propia entrega han terminado los días de nuestra esclavitud al pecado y nuestro destino a la muerte. Dios nos ha mirado con misericordia y nos ha liberado para hacernos hijos suyos. Él, por medio de su Hijo Jesús, nos ha cargado sobre sus hombros y, lleno de alegría, nos ha llevado de vuelta a su Casa. Este retorno a Él, esta alegría, este encuentro con Él se realiza en este momento, el más importante en la vida del hombre de fe mientras camina por este mundo. Contemplemos a Cristo y seamos testigos de su entrega amorosa por nosotros. Dejémonos salvar por Él. Que esta Eucaristía no sea sólo un momento de oración en nuestra vida, sino que sea el compromiso de unirnos al Señor para vivir amando a nuestro prójimo, como Dios nos ha amado a nosotros.

La Iglesia de Cristo no puede dedicarse a perseguir a los pecadores. Y al acercarse a ellos no puede ir con el gesto amenazante de un juez implacable, sino con el amor misericordioso de Dios que les llama para conducirlos a la casa paterna, no a golpes, sino cargándoles sobre los propios hombros. Así, la Iglesia de Cristo, está llamada a convertirse en fuente de perdón, de paz y de amor al estilo de Jesús. El Señor quiere continuar haciéndose cercanía para el hombre pecador, para salvarlo. Y esa es la misión que le ha confiado a su Iglesia, la cual prolonga en la historia el amor salvífico que Dios nos manifestó en su Hijo Encarnado. Dios no quiere que nadie se pierda. No podemos, por tanto, pasarnos la vida estigmatizando o condenando a los pecadores, sino saliendo a su encuentro para salvarlos. Una Iglesia burócrata; una Iglesia que sólo se conforma con proclamar el Evangelio en los recintos sagrados; una Iglesia que espera que todos lleguen a ella, pero que es incapaz de empolvarse los pies y de meter el cuerpo entre los espinos para rescatar a los pecadores, no puede llamarse en verdad Iglesia de Cristo. El Señor dio su vida para salvar a los pecadores; ese es el amor con que nos amó. ¿Qué hacemos nosotros para continuar su obra de salvación en el mundo?

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir unidos a Cristo de tal forma que podamos ser un Evangelio viviente del amor salvador de Dios para nuestros hermanos. Amén.


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