miércoles, 25 de diciembre de 2013

¡Aleluya! ¡Dios ha acampado entre nosotros para salvarnos!

¡Amor y paz!

Hoy y durante todo el tiempo de Navidad que hoy empieza, celebramos en primer lugar un hecho histórico: el nacimiento de Jesús, el hijo de María, la esposa de José. El mismo que después de unos treinta años de vida oculta, pasó haciendo el bien y anunciando la buena nueva del evangelio del Reino, y que fue crucificado y sepultado y después resucitó. Nació en un sitio determinado, en Belén, y en un tiempo concreto, bajo el imperio del César Augusto y siendo Quirino gobernador de Siria.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles en que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 1,1-18. 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. 
Comentario

-Navidad, o la humanidad de Dios. Ante un recién nacido, experimentamos sentimientos de ternura. Un nacimiento vivido de cerca es, cada vez, una verdadera maravilla: palpamos, podríamos decir, las fuentes de la vida, las fuentes de nuestra misma humanidad, y nos hacemos más "humanos". El Dios en el que creemos, el Dios que se nos ha manifestado en Jesús de Nazaret, es un Dios humano, un Dios-con-nosotros (D/ENMANUEL). A veces nos hacemos ideas extrañas de Dios (un personaje frío, distante, implacable; un juez riguroso, quizá vengativo o rencoroso). Mirémoslo, hoy: Dios ha acampado entre nosotros, ha querido hacer suya -¡desde dentro!- nuestra condición, "ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre". ¿Por qué? Pues porque sí, porque Dios es así: "no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado". "Dios es amor".

El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El" (/1Jn/04/08-09).

NV/FRATERNIDAD:- Navidad, o la fraternidad universal. Dios ha acampado entre nosotros. En un punto del tiempo y del espacio, claro está, y "nacido de una mujer" determinada, María. Hacerse hombre quiere decir hacerse un hombre; porque no existen hombres genéricos, sino hombres y mujeres concretos. Pero por este punto de inserción, Dios entra en comunicación con la humanidad entera: con toda la multitud de hombres y mujeres, en su amplitud geográfica y su curso histórico. Todos podemos decir. "Dios se ha hecho uno de nosotros; en Jesús yo puedo llamar de tú a Dios; hombre soy y nada humano me es extraño: por eso tampoco me es extraño ese Dios hecho hombre, Jesús". Todavía más: Dios entra en comunión con toda la creación material, dado que nuestro cuerpo nos une con el universo entero. La Navidad es un canto a la fraternidad humana, a la familia humana, que es la familia de Dios. Nadie queda excluido de ella: "ha aparecido la bondad de Dios... según su propia misericordia nos ha salvado". No le han movido ni nuestras buenas obras, ni el color de nuestra piel, ni el sonido de nuestra lengua, ni el nivel de nuestra civilización, ni...

-Navidad, o la prueba de los hechos. No estamos ante unos principios generales, sino ante unos hechos concretos. La fe cristiana es una fe histórica: alcanzamos y confesamos a Dios (su presencia, su revelación, su actuación) en unos hechos reales, de los que él es el protagonista. Lo mismo podemos decir del amor de Dios: no son sentimientos elevados; son hechos: se llama Jesús de Nazaret. La encarnación vincula a Dios a un hombre y -a través de él- a la humanidad y a la creación entera. La Navidad es la demostración palpable (y no con palabras o razonamientos, sino con hechos) del amor de Dios.

-Navidad, o el amor entre nosotros. Si Dios nos ha amado tanto, ¿cómo podríamos nosotros no amarle a él? Con hechos, claro está, entrando en el mismo dinamismo de amor que contemplamos por Navidad. Pero pretender amar a Dios en sí mismo puede ser engañoso: "Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve" (1Jn 4, 20). El compromiso de Navidad es, pues, éste: "Si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto" (1Jn 4, 11-12). Y tengámoslo bien presente: si nadie queda excluido del amor de Dios, no tenemos ningún derecho a celebrar la Navidad y excluir a alguien de nuestro amor.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 23

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