¡Amor y paz!
Hoy y durante todo el
tiempo de Navidad que hoy empieza, celebramos en primer lugar un hecho
histórico: el nacimiento de Jesús, el hijo de María, la esposa de José. El
mismo que después de unos treinta años de vida oculta, pasó haciendo el bien y
anunciando la buena nueva del evangelio del Reino, y que fue crucificado y
sepultado y después resucitó. Nació en un sitio determinado, en Belén, y en un
tiempo concreto, bajo el imperio del César Augusto y siendo Quirino gobernador
de Siria.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles en que la Iglesia
celebra la Solemnidad de
la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios los bendiga...
Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Comentario
-Navidad, o la humanidad
de Dios. Ante un recién nacido, experimentamos sentimientos de ternura. Un
nacimiento vivido de cerca es, cada vez, una verdadera maravilla: palpamos,
podríamos decir, las fuentes de la vida, las fuentes de nuestra misma humanidad,
y nos hacemos más "humanos". El Dios en el que creemos, el Dios que
se nos ha manifestado en Jesús de Nazaret, es un Dios humano, un
Dios-con-nosotros (D/ENMANUEL). A veces nos hacemos
ideas extrañas de Dios (un personaje frío, distante, implacable; un juez
riguroso, quizá vengativo o rencoroso). Mirémoslo, hoy: Dios ha acampado entre
nosotros, ha querido hacer suya -¡desde dentro!- nuestra condición, "ha
aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre". ¿Por qué? Pues porque
sí, porque Dios es así: "no por las obras de justicia que hayamos hecho
nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado".
"Dios es amor".
El amor de Dios hacia
nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que
nosotros vivamos por El" (/1Jn/04/08-09).
NV/FRATERNIDAD:-
Navidad, o la fraternidad universal. Dios ha acampado entre nosotros. En un
punto del tiempo y del espacio, claro está, y "nacido de una mujer"
determinada, María. Hacerse hombre quiere decir hacerse un hombre; porque no
existen hombres genéricos, sino hombres y mujeres concretos. Pero por este
punto de inserción, Dios entra en comunicación con la humanidad entera: con
toda la multitud de hombres y mujeres, en su amplitud geográfica y su curso
histórico. Todos podemos decir. "Dios se ha hecho uno de nosotros; en
Jesús yo puedo llamar de tú a Dios; hombre soy y nada humano me es extraño: por
eso tampoco me es extraño ese Dios hecho hombre, Jesús". Todavía más: Dios
entra en comunión con toda la creación material, dado que nuestro cuerpo nos
une con el universo entero. La Navidad es un canto a la fraternidad humana, a
la familia humana, que es la familia de Dios. Nadie queda excluido de ella:
"ha aparecido la bondad de Dios... según su propia misericordia nos ha
salvado". No le han movido ni nuestras buenas obras, ni el color de
nuestra piel, ni el sonido de nuestra lengua, ni el nivel de nuestra
civilización, ni...
-Navidad, o la prueba de
los hechos. No estamos ante unos principios generales, sino ante unos hechos
concretos. La fe cristiana es una fe histórica: alcanzamos y confesamos a Dios
(su presencia, su revelación, su actuación) en unos hechos reales, de los que
él es el protagonista. Lo mismo podemos decir del amor de Dios: no son
sentimientos elevados; son hechos: se llama Jesús de Nazaret. La encarnación
vincula a Dios a un hombre y -a través de él- a la humanidad y a la creación
entera. La Navidad es la demostración palpable (y no con palabras o
razonamientos, sino con hechos) del amor de Dios.
-Navidad, o el amor entre
nosotros. Si Dios nos ha amado tanto, ¿cómo podríamos nosotros no amarle a él?
Con hechos, claro está, entrando en el mismo dinamismo de amor que contemplamos
por Navidad. Pero pretender amar a Dios en sí mismo puede ser engañoso:
"Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el
que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no
ve" (1Jn 4, 20). El compromiso de Navidad es, pues, éste: "Si de esta
manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios
nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en
nosotros y su amor es en nosotros perfecto" (1Jn 4, 11-12). Y tengámoslo
bien presente: si nadie queda excluido del amor de Dios, no tenemos ningún
derecho a celebrar la Navidad y excluir a alguien de nuestro amor.
JOSEP
M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 23
MISA DOMINICAL 1990, 23
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