miércoles, 3 de julio de 2013

« Deja de negar y cree »

¡Amor y paz!

Celebramos hoy la fiesta de Santo Tomás, Apóstol, famoso por su incredulidad. Sin embargo, después reconoció a Jesús y, convencido de la divinidad y resurrección del Señor, predicó y llegó a dar su vida por él.

Muchos personajes a lo largo de la historia incluso han negando la existencia de Dios, pero se han convertido. Entre tantos, recuerdo a Agustín de Hipona; al biólogo y médico francés Alexis Carrel; al rey Clodoveo I, al actor Gary Cooper; al filósofo Frederick Copleston; al militar y explorador Carlos de Foucauld; al filósofo español Manuel García Morente; al samurái japonés Tsunenaga Hasekura; al expresidente surcoreano y premio Nobel de Paz, Kim Dae-Jung; al escritor italiano Giovanni Papini; el astrónomo y matemático chino Xu Guangqi, etc., etc,.

En los años recientes, se destaca la conversión del científico norteamericano Francis S. Collins, quien dirigió durante más de una década el Proyecto sobre el Genoma Humano y quien posteriormente publicaría la obra ‘¿Cómo habla Dios?’, en la que expone una teoría que integra armónicamente la fe y la ciencia; y de Antoni Flew, quien después de ser el representante más prominente del ateísmo anglosajón en la segunda mitad del siglo XX, tres años antes de su muerte, ocurrida en 2010, publicó la obra ‘Dios existe’, en la que explica las razones de su cambio de postura.

¿Qué esperas tú, lector indeciso, para dejar tu incredulidad o tu fe tibia y decir con plena convicción, como Tomás: “Señor mío y Dios mío”?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 20,24-29.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.» Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.» Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.» Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!»
Comentario

A pocos días de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, celebramos hoy la fiesta del apóstol Santo Tomás. Se suele decir que es el apóstol que mejor refleja nuestro talante moderno de hombres y mujeres incrédulos. A mí Tomás no me parece un modelo muy presentable. Le tengo simpatía, me reconozco a menudo en sus dudas, pero no pertenece al grupo de aquellos que son dichosos porque creen "sin haber visto", como María.

Al fin y al cabo, siempre creemos sin haber visto. Ya sé que esta es una herejía cultural en un tiempo en el que parece que sólo se puede aceptar lo que cabe en nuestro diminuto -y un pelín engreído- computador cerebral. Pero no siempre ha sido así y no siempre será. Cuanto más maduremos en nuestro conocimiento de la realidad más humildes seremos. Y más cerca estaremos de aquellos que han creído y creen sin haber visto, pero sintiéndose amados. Me encanta la manera como lo dice la primera carta de Pedro: "Todavía no lo habéis visto, pero lo amáis; sin verlo creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la salvación, que es el objetivo de vuestra fe" (1 Pe 1,8-9).

Mientras se nos concede la gracia de engrosar el grupo de los creyentes humildes, podemos caminar de la mano de Tomás, podemos meter nuestros dedos en las muchas heridas que el Crucificado sigue teniendo hoy. Y, curados del escepticismo por la fuerza del sufrimiento, tal vez podamos rendirnos al misterio del Señor que se niega a revelarse en una ecuación matemática, pero que se siente muy a gusto escondido en las células agresivas de un cáncer terminal y en los repliegues de una depresión que se resiste al Prozac.

Gonzalo Fernández, cmf
Claretianos 2002 
www.mercaba.org

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