¡Amor y paz!
El texto del Evangelio hoy
nos acerca al misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo y que es, por excelencia, el
sacramento del amor. Es muy significativo, entonces, que el texto de Lucas, evangelio
que leeremos en adelante todos los domingos, exprese la actitud de la gente
hacia Jesús y de él hacia la gente. “La gente lo supo y partió tras de él”…”Jesús
los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios, mientras devolvía la salud a
los que necesitaban ser atendidos”.
En este marco es que Jesús
pide que los mismos discípulos le dén de comer a la gente. Sin embargo, ante la
escasez, el Señor interviene para multiplicar el pan y calmar el hambre de la
multitud.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos
la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 9,11b-17.
Pero la gente lo supo y partieron tras él. Jesús los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los que necesitaban ser atendidos. El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo.» Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer.» Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?» De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.» Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos.
Comentario
Alfredo
Molano, columnista del semanario El Espectador, escribió una columna que debió
inquietar las conciencias de los que nos consideramos cristianos y de todos los
hombres y mujeres de buena voluntad que peregrinamos en esta querida patria
colombiana. Creo que no lo hizo. El artículo “Sopa de periódico” decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Se
podrá decir que es demagogia, se podrá decir que es fantasía, pero como lo vi
con mis ojos, debo contarlo: Hay gente en Bogotá –no importa el número– que se
alimenta con un extravagante menjurje llamado Sopa de Papel. O Sopa de
Periódico. La receta es sencilla: se pone agua a hervir en un caldero y se le
agrega un periódico picado; cuando se deslíe el papel y forme una especie de
colada gris negruzca, se añade un cubito concentrado de caldo de res, de
gallina o de pescado. Se rebulle constantemente hasta que la sopa adquiera
consistencia. Se le agrega sal y un picadillo de cilantro. Se toma”.
”Yo
sabía que muchas familias del estrato cero –el más numeroso y desconocido– y
del uno, comen sólo una vez al día, y lo hacen con alimentos para perros y
gatos (sic). Pero esta nueva e inédita modalidad de miseria y resistencia y,
digamos de paciencia política, rebasa la imaginación más extremista. El hambre
física es en Bogotá una realidad palpable. Frente a ella, ¿qué importancia
tienen las cifras que elabora el gobierno para afianzar el régimen y velar la
dolorosa condición de los pobres? Más aún, ¿qué trascendencia tiene el Día Sin
Carro o el respeto a los pasos de cebra? Meritorias campañas, sin duda, pero
irrelevantes frente a la condición del par de millones de menesterosos que
habitan la capital”.
Una
realidad como la que se describe aquí nos debe plantear preguntas muy serias el
día en que celebramos el Corpus Christi. “Cuando ya comenzaba a
hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: –Despide
a la gente, para que vayan a descansar y buscar comida por las aldeas y los
campos cercanos, porque en este lugar no hay nada”. Como quien dice, cuando los
discípulos vieron que llegaba la hora de comer y que esa multitud hambrienta
podría arruinar su paseo, le pidieron al Señor despachara a la gente. Lo que
tenemos nosotros no alcanza para tanta gente. Pero Jesús, desconcertando a sus
seguidores, como lo hizo más de una vez, les dice: “–Denles ustedes de comer.
Ellos contestaron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que
vayamos a comprar comida para toda esta gente. Pues eran unos cinco mil
hombres”.
Jesús
quería que sus discípulos compartieran lo poco que tenían con aquella multitud.
Estaba seguro de que cinco panes y dos peces no eran suficientes para alimentar
a tantos. Sin embargo, cuando se comparte lo que se tiene, se produce el
milagro de la multiplicación. El Banco de alimentos que está funcionando con el
liderazgo de la Arquidiócesis de Bogotá, lo mismo que otras campañas lideradas
por la actual alcaldía de la ciudad, merecen toda nuestra solidaridad. Es una
obligación moral respaldar iniciativas que buscan desaparecer el fantasma del
hambre y no las que pretenden desaparecer a los hambrientos que buscan en las
bolsas de basura su propia supervivencia. Y no deberíamos olvidar que si esto
pasa en la capital, la situación en los rincones olvidados de nuestra
geografía, debe ser más grave. Al celebrar el Corpus, deberíamos
escuchar de nuevo las palabras de Jesús: “Denles ustedes de comer”, para que
nadie más tenga que cenar sopa de periódico.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá
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