¡Amor y paz!
El Evangelio nos relata
hoy el episodio del ciego Bartimeo. Él suelta el manto y de un salto se acerca
a Jesús que pasa. Este gesto expresa de manera muy significativa la ruptura
del hombre con su pasado, un pasado de poder, pues el manto significa el poder
humano (E. Haulotte).
Por otra parte, el ciego
es imagen del verdadero discípulo que se despoja del manto que hasta entonces lo
cegaba; deja hacer a Jesús y, desde ese momento, puede seguirlo ya por el
camino que conduce a Jerusalén.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 8ª. Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 10,46-52.
Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un ciego que pedía limosna se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo). Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Muchas personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo.» Llamaron, pues, al ciego diciéndole: «Vamos, levántate, que te está llamando.» Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: « ¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego respondió: «Maestro, que vea.» Entonces Jesús le dijo: «Puedes irte, tu fe te ha salvado.» Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino.
Comentario
Aquel hombre estaba
sentado al borde del camino, ciego y sin más porvenir que seguir prisionero
para siempre de sus tinieblas.
Nosotros estamos rendidos
y ya no tenemos fuerzas para levantarnos y reaccionar: ya no sabemos adónde nos
lleva la vida, y menos aún dónde podrá quedar asegurado nuestro porvenir.
Transcurre todo delante de
nuestros ojos, y no sabemos ya adónde ir ni qué camino tomar. Presenciamos la
guerra económica entre las potencias de este mundo y nos vemos implicados en
ella por una crisis y unos conflictos, sin que podamos influir en ellos.
Vemos desde hace años cómo
oprime a los pueblos la pobreza y cómo nuestra buena voluntad se queda corta.
Contemplamos un mundo marcado por el mal y sentimos toda la complicidad que se
oculta en nosotros.
Somos ciegos y nos
encontramos sin fuerzas al borde del camino.
Pero podemos oír, como
Bartimeo. Y éste es el principio de nuestra curación. Pues nos llega la Palabra
de Dios y provoca en nosotros la llamada de salvación. "¡Maestro, que
pueda ver!".
Este grito de la fe que
brota de nosotros encuentra el impulso de amor del corazón de Jesús, y su
palabra se convierte en palabra de salvación.
Palabra de poder que hace
brotar la luz. Porque, por gracia de esta palabra que nos levanta, se nos
concede ver la conclusión de nuestra prueba y poder seguir a Jesús por el
camino.
La Iglesia entera, todos
los que recorrieron el camino antes que nosotros, nos dicen: "¡Animo,
levántate, que te llama!". Cuantos van en busca de un mundo nuevo son
portadores de esta invitación para la humanidad: "¡Animo, levántate!".
Todas las páginas del
Evangelio nos hacen saber que este camino de los ciegos y los cojos es el
camino que lleva a Jerusalén: es la subida con el Hijo de Dios, es el paso por
la cruz y la vida consagrada, por ser entrega total en manos del Padre. Y para
cada uno de nosotros este camino toma una dirección más precisa: valor para
enfrentarnos con oposiciones, tomar decisiones y reconciliarnos; amor más
poderoso que el odio y que la mentira, para hacer que surja la claridad de la
verdad y de la justicia; renuncia a lo que nos entorpece. "¡Animo,
levántate!"... Si este camino pasa por la conversión de la cruz, también
da acceso a la Pascua, y podemos decir con Simeón: "¡Ahora puedes dejar a
tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
preparado ante todos los pueblos!".
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 148 s.
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 148 s.
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