¡Amor
y paz!
Hoy
celebramos la Pascua, "la fiesta de las fiestas", porque es el día de
la resurrección del Señor. Por esto, hoy, cielos y tierra cantan el aleluya,
expresión de alegría que significa "alabad al Señor", antiguo grito
de alabanza litúrgica heredado del culto israelítico.
Celebramos
hoy -después de escuchar esta pasada noche el anuncio pascual- el hecho central
de nuestra fe: que Cristo, tal como decimos en el Símbolo de la fe, después de
su crucifixión, muerte y sepultura, "resucitó al tercer día" (mercaba.org).
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo
de Pascua de la Resurrección del Señor.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Comentario
La
revista de Teología Pastoral Sal Terrae, publicó, en noviembre de
2002, un artículo de un famoso jesuita español con un título muy sugerente: «Locos
de alegría, abandonar a toda prisa los sepulcros» (Mt 28, 8). El subtítulo
explica algo más lo que José María Fernández-Martos, S.J. quiso tratar allí:
“Trabajándose el optimismo y acogiendo la alegría verdadera”. Transcribo los
dos primeros párrafos de este excelente artículo:
“La
alegría no es barata. El optimismo tampoco. Ambos se construyen ladrillo a
ladrillo. La alegría anda asediada por una oleada gigante de malas noticias
globales y, lo que es peor, por una epidemia de pesimismo. La chispa de Coca
Cola no vale. Es necesario trabajarse una recia alegría, un combatiente
optimismo que sepa defenderse como se defienden las trincheras. Recostarse
aplatanadamente sobre los muros de una Iglesia de la que sólo se oyen quejidos,
no da para la alegría de la que aquí hablo. (...)”.
“Es
verdad que hay mucho sufrimiento, que hasta el lenguaje sabe a pólvora y que el
hambre es azote de media Humanidad; pero también lo es que la hierba sigue
creciendo de noche. A Teresa de Ávila le llegaron nuevas de la catástrofe de la
Iglesia con la irrupción primera del Protestantismo. Nada de gestos de espanto
y derrota. ¿Qué hacer?: «... determiné hacer eso poquito que yo puedo y es
en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo
pudiese y procurar que estas otras poquitas que están aquí hiciesen lo mismo»”.
Después
de esta introducción, el autor completa el diagnóstico de nuestra sociedad,
salpicada, como nunca antes, por síntomas depresivos. Pero no se queda allí.
Luego va proponiendo alternativas para trabajase el optimismo, basado en Martín
E.P. Seligman, el más reconocido especialista en educación para el optimismo.
Deja de lado los aportes de los movimientos de la autoestima o el fomento de
los sentimientos positivos, que centran su atención en una especie de «Me
gusto, luego existo». Este movimiento terminó siendo una modalidad refinada de
narcisismo barato...
El
Evangelio de hoy nos cuenta cómo algunas mujeres regresaron al sepulcro, muy
temprano, el primer día de la semana. Ellas iban a buscar el cuerpo sin vida de
su Maestro, pero lo que encontraron fue una pregunta que les cambió la vida:
“¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?” Muchas veces,
nosotros, como aquellas mujeres, en lugar de levantar nuestra mirada hacia lo
que nos propone el Dios de la vida, nos quedamos mirando hacia atrás, hacia
nuestros propios sepulcros. Hoy, Dios vuelve a repetirnos: “No está aquí, sino
que ha resucitado. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaban en
Galilea: que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores,
que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría”.
El
artículo citado, termina así: “(...) aquella inmersión que nos vinculaba a su
muerte nos sepultó con él para que empezáramos una vida nueva con una
resurrección semejante a la suya (Cf. Rm 6,4-5). «La boca se nos llenaba
de risas, la lengua de cantares [porque] el Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres» (Sal 126,2-3)”.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá
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