¡Amor
y paz!
Al
celebrar hoy la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María, la
Iglesia toda entona el Magníficat, el himno que se le atribuye a Nuestra Señora, luego de que ella recibiera el saludo gozoso de su prima Santa
Isabel.
"En
realidad (el poema) es producción de la Comunidad, que lo destina a su uso litúrgico. Se
compuso para que la Comunidad, al repetirlo en sus celebraciones, se acordara
de "la humilde esclava del Señor" y contemplase la experiencia de
salvación que María vivió. Y más aún, para que al repetir el Magnificat, la Comunidad
medite, a la luz de esa experiencia en la realidad de la salvación que ella
misma vive y de la que debe dar testimonio, como María" (Louis Monloubou).
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario en esta
solemnidad.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Lucas 1,39-56.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario
1. Más que un privilegio,
la asunción de María es una revelación.
En la fiesta de la
Asunción admiramos cómo en María la humanidad llega al mayor esplendor de la
existencia humana, a la belleza suprema del ser. En esta fiesta de la Virgen
encontramos la mejor respuesta, la mejor realización de la vida de una persona
humana, su "glorificación". En ella celebramos la plasmación del
Reino de Dios, de la Iglesia triunfante. Esta es la revelación de la fiesta de
la Asunción.
María
recibe lo máximo, porque a su vez colabora totalmente. Por su parte pone
"la infinita disponibilidad de su actitud de fe", como nos ha dejado
escrito Urs von Balthasar en "La Gloria y la Cruz". María también nos
revela hasta dónde puede llegar la cooperación entre Dios y la humanidad. Ante
el misterio de Cristo, ella se dejó llevar por el Espíritu Santo, e inventó
cada día nuevas respuestas.
2.
El Magníficat, el manifiesto de María.
Los
ideales religiosos y sociales, las causas de María, los encontramos proclamados
con entusiasmo en el himno del Magníficat, que concentra proféticamente las
promesas de la historia bíblica. María se siente feliz y emocionada porque
forma parte de la iglesia de los pobres de Dios, porque se siente llena de
gracia para luchar contra la injusticia, en favor de la promoción de los
pobres, en la humildad que se abre a compartir y acoger a los demás. Y en el
Magníficat, María no considera de ningún modo una carga pesada o una heroicidad
personal el poner su vida al servicio del plan salvador de Dios. Ni se engríe
por la vanidad, ni se deja invadir por la amargura o el resentimiento ante la
resistencia del pecado y del mal. Podemos decir que vive la espiritualidad del
conflicto y la responsabilidad, del dolor y de la cruz, traspasada por la
espiritualidad de la gratuidad, del agradecimiento y la alabanza, de la humildad,
la paz y la alegría.
3.
Para superar cualquier antifeminismo.
La
esplendorosa realidad de la asunción de María nos debe incitar a combatir
cualquier clase de antifeminismo en los ámbitos culturales, sociales,
eclesiales y familiares. El comentario del teólogo moralista Benjamín Forcano
nos puede iluminar esta perspectiva. Dice que las ideologías antifeministas
modernas tratan de defender lo mismo que las antiguas, pero de forma más
civilizada y encubierta. La mujer es una criatura maravillosa con la sublime
misión de representar y preservar en el mundo el espíritu de entrega y acogida,
con la nobilísima vocación de la maternidad. Pero dan a entender que a causa de
esta misión debe renunciar a una serie de capacidades y posibilidades...
Por
ejemplo, la dirección de los asuntos públicos (civiles y eclesiásticos). Se le
ofrece aparentemente un trono, pero se le pide que siga ejerciendo de esclava.
En esta dirección se destaca la simbolización que se ha hecho de María, virgen
y madre. Como si encarnase este ideal de mujer, con las características
virtudes de la modestia, la abnegación, la aceptación pasiva, la vida humilde y
escondida, contrapuestas a las virtudes y la vida social de su hijo.
Pero
en nuestra cultura se ha puesto en marcha un nuevo modelo de relación entre los
sexos, una nueva civilización. Esta nueva civilización ha descubierto la
irracionalidad del orden antiguo que mantenía la jerarquización de los dos
sexos y confería al varón la supremacía y a la mujer la inferioridad (cf.
Benjamín Forcano, Nueva Ética Social, Trotta, Madrid 1996, especialmente págs.
124-125). Por eso debemos liberarnos de este prejuicio antifeminista e ir
sacando las consecuencias prácticas en todos los ámbitos de la vida. El
espíritu del Magníficat de María debe inspirar a las mujeres y a los hombres
cristianos en el camino de la reconciliación entre iguales, y en la marcha
adelante para la construcción compartida de una nueva civilización.
JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1999, 11 5-6
www.mercaba.org
MISA DOMINICAL 1999, 11 5-6
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