¡Amor y paz!
La entrañable escena de
Betania sucedió «seis días antes de la Pascua», en Betania, y por eso se lee
precisamente hoy.
La queja de Judas sirve
para señalar la intención del gesto simbólico: Jesús es consciente de que su
fin se precipita, e interpreta el gesto de María como una unción anticipada que
presagia su muerte y sepultura.
La muerte de Jesús ya se
ve cercana. Además, sus enemigos deciden matar también a Lázaro, que,
resucitado, se ha convertido en fuente de fe.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y
el comentario, hoy Lunes Santo.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan
12,1-11.
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Comentario
La Semana Santa en el
cristianismo es como la síntesis de dos grandes verdades y de dos grandes
experiencias religiosas: experiencia de muerte y experiencia de vida. En
efecto:
- Por una parte, en la
Semana Santa se conmemora la consumación de una vida, la de Jesús de Nazaret,
quien, tras haber predicado un Reino Nuevo presidido por el espíritu de las
bienaventuranzas, sucumbe ante la agresividad de quienes le perseguían como a
falso hijo de Dios, como a perturbador injusto del "recto" orden
establecido, y como a profeta pretencioso que se atribuía poderes
extraordinarios, con menosprecio de funcionarios sacerdotales...
Por eso, al final de la
tarde de su vida, se hizo un silencio de muerte: el silencio fúnebre del Señor
a quien los verdugos creyeron bien muerto, tras haber sido clavado en una cruz
de infamia...
- Por otra, se conmemora
también la explosión de una vida nueva: una vida que emergió como triunfo sobre
la muerte, precisamente sobre la muerte de aquél que fue crucificado porque
resultaba peligroso para la sociedad, blasfemo ante Yavé, y promotor de formas
de vida religiosa que alteraban los esquemas del servicio en el Templo...
Muerte para vivir.
En el domingo, al amanecer
resucitará la vida nueva. Tendrá lugar sobre una tumba vacía, ya abandonada. El
aliento del Espíritu de Dios y de Cristo llamará a la vida a Cristo y a todos
los creyentes. Cristo no muere en vano.
Nuestra
Semana Santa
En la experiencia que
nosotros vamos a compartir durante nuestra Semana Santa Litúrgica y piadosa, no
podemos renunciar a vivir esa experiencia integral, la del buen morir de Cristo
y la del más bello resucitar, pasando, primero, por el camino de la amargura, y
dejándonos sorprender, luego, en el huerto amanecido de luz y gloria.
Hoy, lunes, nos
detendremos a mirar y meditar contemplando tres rostros de Cristo que se
recogen como en un inmenso retablo litúrgico-religioso::
Tres
rostros de Cristo
El primer rostro que
debemos contemplar hoy es el de Cristo maestro: el rostro de quien nos
adoctrinó durante varios años de anuncio de la Buena Noticia: el rostro de
Cristo que transmite mensajes de vida, de amor y de filiación, mostrándose Hijo
de Dios que nos convoca a ser hijos adoptivos.
Quien
olvide este rostro olvida la historia de Cristo.
El segundo es el de Cristo
víctima inocente: rostro de quien es condenado sin culpa por sus hermanos de
religión y patria; de quien guarda silencio humilde y se inmola como oveja
llevada al matadero; de quien concede el perdón a los ofensores, y ofrece a
todos su amor inagotable.
Quien
no contemple este rostro es que no acompaña a Cristo.
El tercero es el de Cristo
resucitado : del señor que, revestido de honor y majestad, reina en la tierra y
en cielo, como confiesa nuestra fe.
Quien
no llega a contemplar al "Señor" se ha perdido en el camino.
Retengamos , pues, en la
memoria, en la pupila, en la mente y en el corazón los tres rostros de la
persona amada. Ninguno de ellos es más real que los otros, ninguno más sublime.
En todos está Cristo, tal como le proclama nuestra fe: Hijo de Dios bajado del
cielo, por obra del Padre y del Espíritu, e hijo de María por el misterio de su
encarnación.
Como Hijo del Padre, en el
seno de Dios uno y trino, no podía morir; pero como hijo de María, por
mediación del Espíritu, era pasible y vulnerable, como nosotros, y estaba
dispuesto a morir de amor derramando su sangre; y como animado por el Espíritu,
estaba llamado a triunfar sobre la muerte para vivir eternamente en su rostro
de Dios y en su rostro de Hombre, transfigurado. ¡Misterio profundo! ¡Dios que
no podía morir, porque su ser es vida, tomó la condición de hombre, y así
caminó hacia la muerte...!
Oración
universal
En este primer día
penitencial acompañemos espiritualmente a Jesús, estremecido por el sufrimiento
que viene sobre él, y oremos para que todos los hombres encontremos en él, y lo
cultivemos entre nosotros con perdón, compasión, solidaridad, caridad y
justicia. Que el Señor esté en nuestro corazón.
Dominicos
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