¡Amor
y paz!
Lavar
los pies se consideraba un servicio de esclavos. Era un oficio tan bajo que
algunos rabinos no permitían que algunos esclavos les lavaran los pies si éstos
eran israelitas. De ahí que no pueda extrañar a nadie la resistencia de Pedro a
que Jesús le lave los pies. Lo extraño y lo admirable es que Jesús, siendo el
Señor y plenamente consciente de su dignidad, haga este servicio.
La
respuesta de Jesús indica que su gesto esconde un gran misterio. En él revela
todo el sentido de su vida. Jesús vino al mundo a servir y no a ser servido. A
la luz de la resurrección comprenderán los discípulos que el servicio de Jesús
consiste no sólo en lavarles los pies, sino en lavar con su sangre los pecados
del mundo.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en esta
Eucaristía de la tarde del Jueves Santo en memoria de la Cena del Señor.
Dios
los bendiga…
Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de la
Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo.
Estaban cenando (ya el
diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo
entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que
venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y,
tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a
lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había
ceñido.
Llegó a Simón Pedro y
éste le dijo:
-Señor, ¿lavarme los pies
tú a mí?
Jesús le replicó:
-Lo que yo hago, tú no lo
entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
-No me lavarás los pies
jamás.
Jesús le contestó:
-Si no te lavo no tienes
nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
-Señor, no sólo los pies,
sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
-Uno que se ha bañado no
necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros
estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso
dijo: «No todos estáis limpios.»)
Cuando acabó de lavarles
los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
-¿Comprendéis lo que he
hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El Maestro» y «El Señor», y decís bien
porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Comentario
Una
solemne obertura marca todo el relato (13,1): Jesús decide implicar a los
discípulos en su existencia de comunión con el Padre. Una existencia arraigada
en el servicio del amor, fundamento de la existencia de comunión de la Iglesia.
Después
de la solemne obertura, el evangelista presenta el marco de la cena del paso, y
también sus protagonistas en relación a la comunión: Jesús y el diablo
(13,2-3). El diablo implanta división en Judas, Jesús sabe que es portador de
la comunión del Padre. Judas no puede participar de la comunión porque está
invadido por la división. Entrar en la comunión limpia a los discípulos
(13,10), y sólo si permanecen en ella, continúan limpios (15,3). Es
fundamental, por tanto, tener que ver con Jesús (13,8), vivir en la comunión
desde el servicio.
El
relato del lavatorio de los pies incluye: la descripción del gesto; el diálogo
de Jesús con Pedro, a partir del malentendido que ha suscitado el gesto; y la
explicación de su significado, que se convierte en una llamada a actualizarlo.
Hemos
de contemplar el gesto en el contexto de la cena de comunión (la Eucaristía).
Jesús no hace el gesto del esclavo antes del banquete, tal como era la
costumbre, sino durante la cena; en la que el Señor glorificado (ya ha llegado
la hora) sirve a los suyos (cf. Lc 12,37), haciéndose de verdad su amigo,
eliminando toda voluntad de poder en el seno de la comunión. Pedro (y con él,
todos) no acaba de entender que el gesto de Jesús implica amar hasta dejar el
pellejo. Y porque es un gesto no sólo de servicio, sino también de
hospitalidad, Jesús indica que, con su entrega hasta la muerte, conducirá a los
que son de los suyos al lugar misterioso de donde ha venido: la comunión con el
Padre (cf. 14,3). Jesús presenta este gesto de servicio y de hospitalidad como
un ejemplo y, a la vez, como un don; el don de la comunión con el Padre y entre
los amigos (donde no domina el poder, sino el servicio). Un don para amar hasta
el extremo, para vivir en relación con el Señor, y para ser feliz (13,16-17).
La
tradición juánica no relata la institución de la Eucaristía, sino este gesto de
autodonación de Jesús, que implica a sus amigos en su comunión con el Padre. Lo
cual no significa que desconozca su celebración (cf. 6,53-58). La tradición
juánica contempla la comunión que crea la Eucaristía a partir del gesto del
lavatorio de los pies. Gesto que comporta el rechazo de toda relación de poder
en las relaciones entre los que Jesús ha hecho sus amigos; gesto que implica
amar hasta el extremo y estar al servicio de la comunión establecida; gesto que
implica acoger la hospitalidad de Jesús, quien nos sienta a la mesa de la
comunión con el Padre; gesto que supone acoger a todos los amigos de Jesús como
a amigos propios.
JAUME FONTBONA
MISA DOMINICAL 1999, 5, 16
MISA DOMINICAL 1999, 5, 16
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