sábado, 31 de marzo de 2012

«Jesús iba a morir para reunir a los hijos de Dios dispersos»


¡Amor y paz!

En una sesión del sanedrín, se decide la muerte de Jesús. San Juan extrae su vocabulario de los salmos de los pobres y de los justos perseguidos, y da a la declaración de Caifás una dimensión que no poseía, descubriendo en ella el anuncio de la eficacia universal del sacrificio de Cristo. Esta escena evangélica nos pone en disposición de iniciar el camino de la Semana Santa (Misa Dominical 1990/07).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la V Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 11,45-57.
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?". No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?". Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.
Comentario

Al iniciar el relato evangélico de hoy tenemos la propuesta de final que harán los grandes de la nación judía: dicen que definitivamente es mejor que muera uno por el bien del pueblo. Es más fácil hacer ese tipo de elucubración que ponerse en camino de conversión y de cambio; es más fácil contraponer la palabra del hombre a la Palabra de Dios, al fin y al cabo, esa Palabra de Dios no es la palabra del Sumo Sacerdote.

Jesús se vuelve un hombre escondido por un tiempo, la Palabra de Dios se oculta y se queda con algunos pocos en la región de Efraín, allá junto al desierto (recordemos que la cuaresma empezó en desierto, y este dato no es gratuito, en Juan es todo un signo) y se queda con sus discípulos. Al iniciar estaba solo, ahora está acompañado, esto también en Juan debe ser un signo.

La pregunta de todos es saber si Jesús viene o no viene a la celebración de la Pascua. Si asiste o no la cita crucial y definitiva. Claro que acude y enfrenta allí las consecuencias de ello, de asistir a la Pascua, de vivir como vivió, de haber dicho lo que dijo, de haber sido lo que fue.

Queda pendiente sobre Jesús una condena, una acusación, una traición. Queda Jesús con una vida, con una misión cumplida, una comunidad de hermanos.

Quedamos nosotros en esta cuaresma, con un trabajo, una misión, una comunidad. El compromiso se hará realidad en la vida, el sitio y el trabajo que nos corresponde en la historia, ésa que se repite pero que progresa, esa misma cuaresma de hace años, que vivimos hoy pero que deja unas tareas diferentes a las de ayer.

Esta cuaresma debió dejarnos convertidos, transformados, o al menos con ganas de escuchar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia, como Jesús.

Servicio Bíblico Latinoamericano

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