¡Amor y paz!
Al concluir el año litúrgico, celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del universo. Hemos venido meditando sobre el último día de nuestra vida y hoy no es la excepción, sino el culmen: el evangelio según san Mateo nos propone meditar sobre las palabras de Jesús el día del juicio final, cuando seremos juzgados según la medida de nuestro amor a los hermanos.
Oremos, como un solo corazón y una sola alma:
Dios santo, Señor y Dios nuestro,
tú que contemplas los cielos
en el infinito de tu gloria,
has tomado rostro de hombre
y has compartido la miseria
del más abandonado de entre los pobres.
Danos la fuerza de tu bendición.
Santifica nuestro corazón con el fuego de tu palabra
para que nuestros ojos reconozcan tu presencia
en la mano que se tiende
y en la mirada que mendiga nuestro amor.
Pues tú nos juzgarás sobre el amor
cuando llegue el día de tu juicio.
(Dios cada día. Siguiendo el leccionario ferial. Cuaresma y Tiempo Pascual. Sal Terrae/Santander 1989.Pág. 27)
Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Comentario
Mateo ha decidido concluir el discurso escatológico (y la serie entera de los discursos de Jesús) con la grandiosa escena del juicio. Para algunos es el texto más universalista de todo el Nuevo Testamento: la pertenencia al Reino no exige el conocimiento explícito de Cristo, sino únicamente la acogida concreta del hermano necesitado. Ni siquiera el mismo cristiano goza de garantía alguna; también él será juzgado solamente por la caridad. Mas esta dimensión universal, que a primera vista parece imponerse, en realidad es muy discutida.
Todo depende del significado de esos "hermanos más pequeños" (vv. 40/45), con los cuales parece identificarse Jesús. ¿Quiénes son? ¿Simplemente los pobres, los discípulos de Jesús o, más en particular, los misioneros pobres y perseguidos? Antes de discutir las dos hipótesis, deseamos aclarar tres afirmaciones que parecen seguras.
Primera: el juez es llamado "hijo del hombre" y "rey". La presentación es solemne y gloriosa; pero a nadie puede escapársele que este rey es Jesús de Nazaret, el que fue perseguido y crucificado, rechazado y el que en su vida compartió enteramente la debilidad de la condición humana: el hambre, la desnudez, la soledad. Y es un rey que se identifica con los más humildes y los más pequeños; también en su función de juez universal permanece fiel a aquella lógica de solidaridad que le guió en toda su existencia terrena. Por lo tanto, es un rey que vive bajo apariencias desconocidas: bajo las apariencias de sus "hermanos pequeños".
Segunda: erraríamos por completo si quisiéramos ver en esta página una lógica diversa de la de la cruz; digamos un contraste entre el Cristo crucificado y el juez escatológico, como si la lógica del amor (cruz) fuese sustituida por la lógica del poder y de la gloria (juicio). Nada de esto; el juicio se limita a manifestar el verdadero sentido del amor patentizado en el Crucificado, y que a muchos les pareció inútil y estéril, desmentido por la historia y por el mismo Dios. Pero, simultáneamente, se revela la verdadera identidad del hombre; solamente el amor a los hermanos le da al hombre consistencia y salvación.
Tercera: en otros pasajes nos ha dicho Mateo que los hombres deberán dar cuenta en el juicio de todos los actos de su vida (16. 27), incluso de cada palabra (12. 36). Aquí, sin embargo, Jesús recuerda sólo la acogida a los excluidos. Una acogida concreta, de hecho; todo el juicio está construido en torno a la contraposición entre "hacer" y "no hacer". Nos parece volver a escuchar el discurso de la montaña (7. 21-23). Es la tesis habitual predilecta de Mateo: lo esencial de la vida cristiana no es decir, y ni siquiera confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los extraños y a los oprimidos. Esta es la voluntad de Dios. Esta es la vigilancia.
-"Estos hermanos míos pequeños"
Volvamos a la pregunta: ¿Quiénes son los "pequeños" a los que Jesús llama "mis hermanos" y de los cuales se hace solidario hasta el punto de considerar hecho a él mismo lo que se les hace a ellos? El término "pequeño" (Mt/18/06/10/14) se usa en otros lugares para indicar a los cristianos débiles, frecuentemente abandonados por las élites de la comunidad. Según otro texto muy afín (Mt/10/42), los "pequeños" son los predicadores del evangelio, pobres y necesitados de acogida. El término "hermano" tiene un sentido más general.
Sin embargo, la expresión "mis hermanos" sólo aparece en Mt/12/49 y Mt/28/10, e indica a los discípulos. A todo esto hay que añadir un último texto (Mt/10/40): "El que a vosotros os recibe, a mí me recibe".
La conclusión parece imponerse: los pequeños hermanos de Jesús son los miembros de la comunidad abandonados, débiles, considerados insignificantes, despreciados. Más en particular, son los predicadores del evangelio, pobres y perseguidos. En este sentido, la escena del juicio no es más que la dramatización de lo que se afirma en 10. 42: "El que diere de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeñuelos porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa".
La advertencia contenida en esta escena del juicio es entonces doble: una, dirigida a todos los hombres; otra, a la Iglesia. A todos: la suerte de cada hombre depende de la acogida mostrada a los misioneros del evangelio; depende de la acogida o del rechazo de la palabra de Cristo. Y a la Iglesia: ninguna comunidad está al abrigo del juicio, sino que también la comunidad será juzgada según la acogida que haya dispensado concretamente a los pobres, a los abandonados, a los pequeños.
No obstante, a pesar de cuanto hemos dicho, tenemos aún la impresión de que, al menos a nivel de una lectura global del evangelio, los "hermanos pequeños" son todos los que de un modo u otro son pobres, extraños, perseguidos y prisioneros. Y seguimos en la convicción de que la bendición del Hijo del hombre (y también, por el contrario, su condena) es para todos los que, no importa que sean o no creyentes, han amado y acogido, aunque sea sin saberlo, han servido a Cristo.
BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 262
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