¡Amor y paz!
En estos días hacía ver cómo siempre los saludo con un efusivo ¡Amor y paz! Y hablé de la violencia, de aquella que a veces es necesaria, no para hacer daño, sino, por el contrario, para hacer el bien, como condición para que se den los cambios que nos pide el Señor.
Hoy hablaré sobre la otra palabra, el amor, porque el Evangelio nos habla de él, como el mandamiento principal. Lamentablemente, hoy muchos no aman a Dios, ni siquiera lo reconocen. Algunos de ellos, sin embargo, nos demuestran con sus obras y actitudes que aman a los demás.
Otros dicen reconocer a Dios y lo aman, pero no aman a sus hermanos, o por lo menos eso indican sus obras y actitudes. Y entonces me detengo a mirar un crucifijo y contemplo la imagen de Cristo, que padeció, murió y resucitó por Amor a la humanidad, y me sobrecojo al pensar que para algunos entonces tal vez su sacrificio y resurrección han sido en vano.
Luego observo el madero vertical en esa cruz y me doy cuenta de que simboliza el Amor que Dios tiene a la humanidad y el que le tenemos a Él. Pero advierto que la cruz también tiene otro madero, el horizontal, que representa el amor que debemos profesarle a nuestros hermanos. Concluyo que es amando a nuestros semejantes como correspondemos al amor que Dios nos tiene y que se expresa simbólicamente en los dos maderos de la cruz redentora de Cristo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXX Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 22,34-40.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".
Comentario
En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado dice “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los últimos años.
Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de lana y, estoy seguro que compartieron con sus familias lo que habían descubierto en la Eucaristía ese día.
El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4, 20).
Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos”... No son dos, sino uno mismo.
Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas que no podemos nunca dividir, tal como lo expresa Benjamín González Buelta, S.J. en uno de sus poemas:
“Soy la misma relación en todo encuentro.
Si en verdad soy contigo fuego,
con sólo abrir los ojos y dar un paso
no seré con el hermano hielo”.
Si en verdad soy contigo fuego,
con sólo abrir los ojos y dar un paso
no seré con el hermano hielo”.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario