viernes, 1 de julio de 2011

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 11,25-30.
En esa oportunidad, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". 
Comentario

Se ha elegido este pasaje del evangelio de san Mateo, por las cualidades de corazón que en él se atribuye Jesús a sí mismo: "Soy manso y humilde de corazón". No resulta sencillo el significado de estas palabras y es indispensable restablecer esta frase en un conjunto. Jesús les propone a sus oyentes que aprendan de él. Lo que enseña es llevadero. Se recuerda la actitud de los escribas y de los fariseos a los que ya estigmatizaba Jesús cuando les señalaba, diciendo: "Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros" (Mt 23, 4). Jesús se dirige a los que andan afligidos bajo el peso de la carga. Rebosa solicitud con los abrumados por el peso de las observancias judías. Lo que él impone a sus discípulos es un yugo fácil de llevar y una carga ligera. Jesús es manso y humilde de corazón y no agobia a quienes se confían a él como a un Maestro.

No quiere decir esto que el género de vida que va a pedir a sus discípulos no sea exigente. También habrá que someterse a un yugo, el mismo yugo de Cristo; pero ese yugo, aun siéndolo, es fácil de llevar no porque se reduzca a unas observancias, sino por ser el yugo del servicio a otro con amor.

De este pasaje no debería sacarse conclusiones apresuradas, como si Cristo no tomara en serio la vida de la comunidad que él funda y como si sorprendiera a sus discípulos embarcándolos en una aventura que él les describe como fácil, cuando en realidad es dura. Hay exigencias que pueden ser abrumadoras, como algunas observancias meticulosas y legalistas que no desembocan en un progreso de la caridad y de la solicitud por los demás. Jesús manso y humilde de corazón, que no apaga la mecha humeante (Mt 12, 19-20), que presenta a un Dios que quiere misericordia y no sacrificios (Mt 9, 13; 12, 7), ofrece a los que son sus discípulos seguirle por el camino del amor. Entonces encontrarán descanso.

Rescatados de la esclavitud (Dt 7, 6-11)

Por amor reunió Dios un pequeño pueblo al que escogió y libró del yugo de la esclavitud. Se nos invita a contemplar el amor de Dios a su pueblo. Es un amor que se revela en la elección misma que Dios hace. Y sin embargo, este amor liberador es un amor exigente en lo que respecta a su fidelidad. Libera pero exige que se guarde la Alianza y que se cumplan sus mandamientos. Hay que creer, por lo tanto, en la fidelidad de este Dios que se da a su pueblo hasta el punto de crearle de nuevo al sacarle del cautiverio. La proposición que Dios va a hacerle no es otra forma de esclavitud; pues la observancia de sus mandamientos no es un aplastamiento sino un modo de que se conserve la fidelidad de Dios. Si se contraen compromisos, también Dios se compromete. Estamos aquí manejando no conceptos jurídicos, sino lo que constituye los elementos del amor: la entrega mutua en fidelidad.

El salmo responsorial, 102, expresa perfectamente el contenido del texto que 
acaba de proclamarse y, como preparación para el evangelio, canta:

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

La unidad en el amor (1 Jn 4, 7-16)

Este pasaje no empieza lo primero con una especie de declaración teológica: Dios es amor. No se trata de un concepto sino de una historia, de una experiencia vivida por el mundo, especialmente por el pueblo judío, de esa preocupación de Dios por conservarle y liberarle y por hacerle caminar.

Por lo que a Juan se refiere, es evidente que la experiencia cristiana de la Encarnación de Dios es la que le permite decir, sin hacer teología abstracta, sino leyendo la historia: Dios es amor.

El número de pasajes en que el Antiguo Testamento habla del amor de Dios a su pueblo es impresionante. Unas treinta veces, por lo menos, proclaman los libros del Antiguo Testamento, en una u otra forma, ese amor fiel de Dios.

Tampoco está ausente de esos libros el amor de Dios al hombre: seis veces por lo menos parece aludirse a este amor. El profeta Oseas no vacila en utilizar la imagen del esposo y de la esposa, como una manera de indicar las relaciones de amor que Dios quiere que existan entre él y su pueblo. Vemos también que el Señor no cesa de perdonar a este pueblo sus infidelidades (Os 18, 25). Esta se convertirá en un leit-motiv, en los demás libros, como por ejemplo en las profecías de Jeremías (2, 2).

San Juan es heredero de toda esta tradición; pero él abunda mucho más en estos conceptos y apoya su afirmación "Dios es amor", en el envío del Hijo único al mundo para que vivamos por él. Pero no se detiene ahí: para convencernos nos da no una definición del amor, sino las señales por las que podemos conocerlo. La gran señal es ésta: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados".

El amor que Dios nos tiene, el amor con que su Hijo ama al mundo tiene sus consecuencias para nosotros, y no sólo consecuencias morales que nos vengan impuestas desde afuera. Por el hecho de habernos amado Dios tanto y de ser nosotros hijos suyos, también nosotros debemos amarnos mutuamente.

Aquí también quiere Juan ser concreto. A Dios nadie le ha visto nunca. Pero si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y alcanza en nosotros su plenitud. Por la fe hemos reconocido al amor de Dios presente entre nosotros. Dios es amor: el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.

Así, esta fiesta del amor de Dios a nosotros tiene su brote normal en nuestro mutuo comportamiento, y y este comportamiento nuestro es para el mundo la señal de que Dios nos amó y de que sigue amándonos.

Adrien Nocent
El Año Litúrgico: Celebrar a JC 5
Tiempo Ordinario: Domingos 22-34
Sal Terrae Santander 1982. Pág. 84-87
www.mercaba.org

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