¡Amor y paz!
Al comentar el texto del Evangelio de hoy, el Papa Juan Pablo II relacionaba el trato de Jesús y el jefe publicano con el que debe recibir quien acude al Sacramento de la Reconciliación, que también llamamos de la Penitencia o Confesión.
Allí, el sacerdote actúa ‘in persona Christi’, esto es, personificando al mismo Cristo. Entonces, Juan Pablo II pone de presente que el sacerdote es el instrumento de un encuentro sobrenatural, similar al que protagonizaron hace más de dos mil años el Señor y Zaqueo. Subraya el recordado Papa que allí hubo ‘confianza’, ‘familiaridad’ y la ‘urgencia de una amistad’.
El del sacramento es un saludable e irreemplazable contacto personal entre el sacerdote y el penitente. Es un encuentro que hay que revalorar y rescatar y que se ha desprestigiado un poco ante la negativa influencia de movimientos no católicos, que cuestionan la santidad del sacerdote y pregonan una relación ‘directa’ con Dios.
A este respecto, debo hacer énfasis en que, como decía el hermano Roger, con base en San Pablo, el sacerdote no puede construir más que a partir de lo que es, con sus límites y fragilidades: Dios ha depositado un tesoro de Evangelio en la vasija de barro que es cada uno.
Además, hay que destacar que el de la Reconciliación es un sacramento instituido por el mismo Jesús que hay que celebrar con humildad, fe en el Señor, esperanza en el perdón y amor a Dios y al prójimo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario,
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 19,1-10.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador". Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".
Comentario
Me parece que lo que sucede entre Jesús y el «jefe de publicanos» de Jericó se parece, en diversos aspectos, a una celebración del sacramento de la misericordia, el sacramento de la reconciliación... Cada encuentro de un presbítero con un fiel que pide confesarse... puede ser siempre, por la sorprendente gracia de Dios, este «lugar» cercano al sicómoro en el que Cristo ha levantado los ojos para ver a Zaqueo. Es imposible, para nosotros, poder medir el grado de penetración de la mirada de Cristo en el alma del publicano de Jericó. Pero sabemos que esa mirada es la misma que pone sobre cada penitente. En el sacramento de la reconciliación, el presbítero es el instrumento de un encuentro sobrenatural que tiene sus propias leyes que ése no puede hacer más que respetar y secundar.
El hecho de sentirse llamado por su propio nombre debió de ser para Zaqueo una conmovedora experiencia. Para muchos de sus conciudadanos este nombre estaba cargado de desprecio. Ahora lo escucha pronunciado con un acento de ternura tal que expresaba no sólo confianza sino también familiaridad, y como la urgencia de una amistad. Sí, Jesús habla a Zaqueo como a un amigo de antaño, quizás olvidado, pero que no ha renunciado a su fidelidad y que, con la suave presión del afecto, entra en la vida y en la casa del amigo reencontrado: «Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». En el relato de Lucas es impresionante el tono del lenguaje: ¡todo es tan personalizado, tan delicado, tan afectuoso! No se trata tan sólo de impresionantes rasgos de humanidad; hay en el texto una urgencia intrínseca a través de la cual Jesús revela definitivamente la misericordia de Dios.
Juan Pablo II, papa (1920-2005)
Carta a los presbíteros, Jueves Santo 2002
Carta a los presbíteros, Jueves Santo 2002
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