¡Amor y paz!
La Cuaresma es tiempo de ayuno y penitencia, sobre lo cual nos habla la Palabra de Dios en estos días. El pasaje de hoy se concentra en ello, pero en el contexto está el banquete que Mateo, el publicano, ofreció a Jesús y a sus discípulos a raíz del llamamiento que éste le hizo para seguirlo. Los versículos 9-13 plantean el problema de la participación de Jesús en la mesa con los pecadores, mientras que
los 14-15 tratan el tema del ayuno.
Entre tanto, los interlocutores de Jesús han cambiado: en el pasaje del Evangelio hoy, los discípulos de Juan siguen a los fariseos y se extrañan de que Jesús y sus discípulos no ayunen como lo hacen ellos mismos, de una manera rigurosa que supera ampliamente las observancias judías relativas a los ayunos. La respuesta de Jesús pone de relieve que los discípulos de Juan Bautista no han descubierto aún en Jesús al "esposo" mesiánico. Si lo hubieran descubierto, hubieran comprendido que de ahora en adelante el ayuno no tiene el mismo significado.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este Viernes después de Ceniza.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 9,14-15.
Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Comentario
“Dice el Señor. El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres, vestir al desnudo y no cerrarte a tu propia carne”.
Dios nos recuerda la importancia vital de la solidaridad. Es la expresión concreta de la fraternidad cristiana. Cierto, la Cuaresma es un tiempo penitencial, ascético. Pero la ascesis y la penitencia cristiana no consisten en simples signos externos. Es cambiar la mente y el corazón, para activar las exigencias de la verdad y del amor. Es entonces cuando interpretamos a los hermanos desde la mirada amorosa de Dios. Guiados por esa verdad y ese amor, nos hacemos presentes y cercanos, para ayudar y servir realmente los más necesitados.
Jesús reafirma la auténtica dirección del ayuno. Lo hace en su respuesta a los discípulos de Juan el Bautista: “Por qué nosotros y los fariseos ayunan a menudo y tus discípulos, en cambio, no ayunan? Jesús les responde que desea y espera de sus discípulos que vivan “la alegría de la presencia del novio, del amigo”, haciendo referencia a Él mismo. Jesús desea que sus seguidores vivan el gozo y la esperanza de haberse abierto a su mensaje, a la “Buena Noticia del Reino”.
Pero la respuesta de Jesús no termina ahí. Cuando el “Novio, el Amigo” se haya ocultado a su vista y ya esté junto al Padre que le envió, es urgente activar el amor, la penitencia y el ayuno. Si la penitencia y el ayuno están impregnados de amor hecho servicio a los demás, Jesús se complace en la actitud generosa de sus discípulos. Es entonces cuando sus seguidores están viviendo la fraternidad cristiana y la solidaridad auténtica. Esa actitud de amor y servicio a los demás es el verdadero signo de nuestra penitencia – acercarse a los demás como Dios desea – y de nuestro ayuno – renunciar al egoísmo, a la violencia, a la codicia, a la insensibilidad, a la comodidad..., con la sincera intención de ayudar y alegrar a nuestros hermanos.
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