¡Amor y paz!
Nuestras oraciones se reducen a veces a pedir y pedir y nos olvidamos de reconocer y agradecer los tantos dones y gracias que Dios nos da. El Evangelio de hoy nos plantea cómo muchas veces aquel de quien menos se espera es el más agradecido: alguien doblemente rechazado por la sociedad de la época de Jesús: un samaritano leproso.
Los invito a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 32ª. semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
COMENTARIO
En una sencilla narración evangélica encontramos las claves de lo que debe ser la vida del cristiano. Las podemos definir en tres sencillas palabras: misericordia, fe y agradecimiento. La misericordia es una de las actitudes que los evangelistas nos presentan más habitualmente en Jesús.
¡Cuántas veces sintió piedad ante los necesitados y enfermos! Hoy a veces parece que sentir piedad ante otra persona significa rebajarla. No es eso lo que hace Jesús. Su piedad no rebaja sino que libera, levanta a las personas. Jesús siente piedad porque siente como suyo el dolor o el sufrimiento de la persona que tiene ante sí.
La fe hay que entenderla como la capacidad de acoger la presencia de Dios cerca de nosotros. Varias veces a lo largo del Evangelio dice Jesús que a los que acaba de curar que ha sido su fe, la de ellos, la que les ha curado. Es como si la fe lograse unificar la persona y unirla de tal modo a Dios que le diese el poder de hacer verdaderos milagros.
Y el agradecimiento como respuesta de corazón a lo que se ha recibido gratis. Fruto de ese agradecimiento ante el don de Dios es la misericordia, la compasión, que experimenta el cristiano ante el hermano o la hermana pobre o necesitado. Y la cadena vuelve a empezar, porque el cristiano que se deja llevar por esa misericordia se hace testigo de la presencia de Dios para sus hermanos y hermanas.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
www.mercaba.org
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