¡Amor y paz!
La cruz no es un producto muy cotizado en nuestros días. A comienzo del tercer milenio de la era cristiana, lo que más se busca y anhela es el bienestar, el placer. Y sin embargo, muchas veces nos encontramos con hombres y mujeres hastiados, incluso heridos, por la vida. Personas que lo han disfrutado todo, lo han experimentado todo, y sin embargo, son seres profundamente infelices.
Nos hemos olvidado del signo del cristiano, que es la cruz. La hemos domesticado. No nos impresiona. Incluso es un adorno para nuestras casas o nuestro cuerpo. Y precisamente ahí, en ese olvido de la cruz, está el inicio de nuestro vacío interior.
Los invito, hermanos, a que leamos y meditemos el Evangelio y luego el comentario, en este lunes en que celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 3,13-17.
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
COMENTARIO
En el día de la Cruz, la liturgia nos presenta un texto del evangelio de Juan, lleno de contenido simbólico, cuya comprensión sólo se entiende a la luz del Antiguo Testamento. En este texto, el evangelista Juan expone la realidad del Mesías, que ha bajado del cielo, indicando de este modo que la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es el resultado de su desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto. El hombre no puede alcanzar la plenitud, si no es en comunión con Dios, fuente de la vida.
El evangelista establece un paralelo con el libro de los Números (21,8), donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada, quedaba curado, o según la expresión hebrea, “vivía”, “seguía vivo”.
Por ese paralelo “ser levantado en alto” indica una seña destinada a ser vista y mirada (contemplada) y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de una fuente de vida. En el caso de la serpiente, se obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, que es levantado en alto en la cruz, la vida definitiva, que significa no solamente la vida después de la muerte, sino una vida de calidad divina de la que goza el hombre ya durante su existencia mortal.
Jesús, portador y dador de esta vida, se presenta de este modo como el prototipo de la nueva humanidad, indicando que lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre, que es Jesús, aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura que, levantada en alto, destacará sobre todos y será el polo de atracción para la humanidad.
Es en el crucificado, en esa figura levantada en alto, donde llega a su culmen el proyecto divino, el Hombre Dios, donde se desvela la capacidad inmensa de amor de Dios, su entrega sin límites a los hombres, para dar vida y librar de la muerte, de la muerte en vida y de la muerte final a todo el que se adhiere a él y fija en él su mirada para poner en práctica su mensaje.
Servicio Bíblico Latinoamericano 2004
www.mercaba.org
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