sábado, 8 de junio de 2013

Sólo en Dios debemos poner toda nuestra confianza

¡Amor y paz!

Hoy es el último día en que leemos a Marcos. Falta todavía la pasión, muerte y resurrección de Jesús, pero eso lo leemos en la Semana Santa y en la Pascua. El lunes empezaremos el evangelio de Mateo.

El texto de hoy ataca la vanidad, la ambición y la descarada explotación que los escribas hacen de los socialmente débiles. Se hacen pagar las enseñanzas y oraciones. Marcos ofrece un cuadro a base de los contrastes entre Jesús y los escribas y fariseos. A la actuación interesada de los fariseos opone la actitud de la viuda que da todo lo que tiene y demuestra su total confianza en Dios (Pere Franquesa).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la Memoria del Inmaculado Corazón de María.

Dios los bendiga…

Evangelio según san Marcos 12,38-44
Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa.» Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.»
Comentario

El texto de hoy nos presenta la enseñanza de Jesús sobre el contenido de la verdadera religión en dos cuadros opuestos. Cada uno tiene su propio personaje: por un lado, los escribas hipócritas, ansiosos de dinero, avaros y asesinos y por el otro, una viuda pobre, que convierte toda su riqueza en limosna para el templo, quedándose sin nada, en las manos de Dios, en quien confía profundamente. Entre estos dos polos sitúa Jesús a sus discípulos.

Los dos cuadros se encuentran muy bien relacionados el uno con el otro, marcando a través de su presentación un llamativo contraste. Los escribas son parte de la religión israelita. Son especialistas en la Sagrada Escritura y conocedores de la ley; interpretan la palabra de Dios en favor de los pobres. Jesús llama la atención sobre la actitud de los escribas que han convertido la religión en principio de honor propio y egoísta, lo cual les da puestos, privilegios y seguridades materiales. Su experiencia religiosa se convierte en signo de dominación que se expresa en dos fórmulas contrapuestas pero complementarias: aparentar ante Dios y aprovecharse de los otros. Los escribas son juzgados por Jesús con un juicio condenatorio por aprovecharse de su cargo, y sobre todo de su función religiosa oficial para su propio provecho.

Por otro lado, nos encontramos con la viuda pobre que pone en el tesoro del templo todo lo que tiene. En contraste con el escriba que pervierte la religión haciéndola mentira y engaño para su propio provecho, la viuda como signo de la verdadera religión entiende y cumple el sentido más profundo de la piedad israelita como ejercicio de gratuidad, es decir, confiar plenamente en la providencia divina, lo que se traduce en un gesto de gratuidad total para con los demás entregando aún la propia vida. De esta manera la viuda pobre del evangelio, en su misma pobreza, sin ser profesional de la escritura como los escribas, como mujer abandonada, que no tiene marido, carece de familia y de recursos económicos es presentada por Jesús como signo de Dios y parte de su reino.

Marcos con este contraste expresa a través de los escribas la incredulidad del Israel oficial: su vanagloria, egoísmo, acaparamiento de los bienes ajenos con excusa de oraciones y la viuda pobre que expresa dónde está el camino para la fe auténtica: la pobreza como entrega de la propia vida por los demás. El texto es un llamado para que revisemos nuestro modelo religioso construido según el modelo del Israel oficial, con puestos y jerarquías, con privilegios y categorías, con fuerzas de poder que se entremezclan con la compra-venta de ritos y sacramentos. Estamos llamados a vivir nuestra experiencia religiosa como un compromiso con los más pobres y oprimidos de la tierra desde la entrega generosa y gratuita de la propia vida, así asumimos el mensaje salvífico del evangelio como un gesto de amor liberador.

Servicio Bíblico Latinoamericano

viernes, 7 de junio de 2013

Al desprecio de ciertos humanos opongamos el amor de Dios

¡Amor y paz!

La parábola que nos relata hoy el evangelista Lucas pertenece al grupo de las "parábolas de la misericordia"como la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo perdido. A la exclusión, el desprecio y la indeferencia a que son condenados muchos seres humanos, Jesús opone la misericordia de Dios, que busca sin cesar la salvación de los pecadores. 

La ‘misericordia’ es un término que evoca el amor en su fidelidad al compromiso y en su ternura de corazón. Y ‘corazón’ es una palabra que en nuestra manera de hablar solo evoca la vida afectiva, mientras para que los hebreos significa ´lo interior’ del hombre e incluye los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. (X León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder). Es decir, todo el ser.

Así podremos entender mejor la celebración de hoy: la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 15,3-7.
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió hasta que la encuentra?  Y cuando la encuentra, se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido.” Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
Comentario

Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La liturgia conduce nuestra mirada directamente a la fuente del Amor más grande, al Amor crucificado. Hoy es un hermoso día para contemplar, para saborear, para aprender cómo se ama. Porque los cristianos corremos el riesgo de sustituir al Dios del amor y de la misericordia por el dios del culto y de la ley, y hacer de éstos el criterio único de nuestro encuentro con Él.

Desde la cátedra de la cruz y con la herida de su costado abierta, Él sigue atrayendo inexplicablemente a todos hacia Él para mostrarles la belleza del Dios-amor, el único que existe. Uno de los infinitos perfiles de este Dios-amor aparece en la primera de las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas, que hoy leemos en la Eucaristía. Nos conviene escucharle a Él para no confundirnos. En concreto subraya, entre otras, tres rasgos del amor de Dios, del amor verdadero:

Primero, el amor verdadero o es personal o no lo es. Porque no puede ser amor la leyenda de aquel cartel de Snoopy cuando decía con humor avinagrado: “Amo a la humanidad, pero no aguanto a la gente”. A Jesús le importa la gente concreta; más aún, le importa uno solo. Cada persona posee valor infinito. Uno vale más que todos. Es llamativo que en el evangelio no aparezca jamás una declaración de derechos humanos, sino la invitación a amar al próximo, que es una persona real y la tengo delante de mí. Nadie sobra. Todos son primeros. Incluso los que parecen no merecerlo porque “no hay nube por negra que sea que no tenga un borde plateado”.

Segundo, el amor verdadero o es misericordioso o no lo es. Jesús lo deja todo por el que está perdido, por quien no es el mejor. La misericordia nace al adivinar las infinitas posibilidades que se esconden en el perdido. Ser misericordioso es, pues, un ejercicio de percepción; de ver al perdido como lo ve Jesús, sin confundir las apariencias con la realidad. Decía Maquiavelo que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Y cuando se mira como Jesús miraba, se busca de verdad, arriesgando, exponiendo. A Él le costó la vida. Es el signo del amor eucarístico que transforma. Porque para cambiar a una persona, hay que amarla. Solamente influimos hasta donde llega nuestro amor. El perdón, aunque no cambia el pasado, siempre agranda el futuro.

Tercero y último, el amor verdadero o concluye en fiesta o no lo es. Por ello esta parábola parece ser una versión aplicada de las bienaventuranzas. El amor, aunque no comience con gozo, siempre desemboca en la verdadera alegría. “Bienaventurados los misericordiosos...” La misericordia enamorada produce como fruto la alegría bienaventurada. Se la reconoce por lo contagiosa que es. Hay que compartirla con otros. Y es que un asunto no está acabado si no está bien acabado.

Juan Carlos Martos
Claretianos 2004