¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este 2o Domingo de Pascua,
Ciclo C.
Dios nos
bendice...
Lectio Divina: 2º Domingo de Pascua (C)
Lectio
Domingo, 28 Abril ,
2019
La misión de los discípulos y
el testimonio del apóstol Tomás
Juan 20,19-31
1. Oración inicial
¡Oh Padre!, que en el
día del Señor reúnes a todo tu pueblo para celebrar a Áquel que es el Primero y
el Último, el Viviente que ha vencido la muerte; danos la fuerza de tu
Espíritu, para que, rotos los vínculos del mal, abandonados nuestros miedos y
nuestras indecisiones, te rindamos el libre servicio de nuestra obediencia y de
nuestro amor, para reinar con Cristo en la gloria
2. LECTIO
a) Clave de lectura:
Estamos en el así
llamado “libro de la resurrección” donde se narran, sin una continuidad lógica,
diversos episodios que se refieren a Cristo Resucitado y los hechos que lo
prueban. Estos hechos están colocados, en el IV Evangelio, en la mañana
(20,1-18) y en la tarde del primer día después del sábado y ochos días después,
en el mismo lugar y día de la semana. Nos encontramos de frente al
acontecimiento más importante en la historia de la Humanidad, un acontecimiento
que nos interpela personalmente. “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra
predicación, y vana es también nuestra fe.. y vosotros estáis aún en vuestros
pecados” (1Cor 15,14.17) dice el apóstol Pablo, que no había conocido a Jesús
antes de la Resurrección, pero que lo predicaba con toda su vida, lleno de
celo. Jesús es el enviado del Padre. Él también nos envía. La disponibilidad de
“andar” proviene de la profundidad de la fe que tenemos en el Resucitado.
¿Estamos preparado para aceptar Su “mandato” y a dar la vida por su Reino? Este
pasaje no se refiere sólo a la fe de aquéllos que no han visto (testimonio de
Tomás), sino también a la misión confiada por Cristo a la Iglesia.
b)
Una posible división del texto para facilitar la lectura:
Juan 20,19-20:
aparición a los apóstoles y muestra de las llagas
Juan 20,21-23: don del
Espíritu para la misión
Juan 20,24-26:
aparición particular para Tomás ocho días después
Juan 20,27-29: diálogo
con Tomás
Juan 20,30-31:
finalidad del evangelio según Juan
c) El
texto:
19 Al atardecer de aquel día, el primero de la
semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde
se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
«La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros.
Como el Padre me
envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto,
sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes
se los retengáis, les quedan retenidos.»
24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no
estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos
visto al Señor.» 25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la
señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi
mano en su costado, no creeré.» 26 Ocho días
después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó
Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con
vosotros.» 27Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino
creyente.» 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» 29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no
han visto y han creído.»
30 Jesús realizó en presencia de los discípulos
otros muchos signos que no están escritos en este libro. 31 Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
3. Un momento de
silencio
para conseguir
depositar la Palabra en nuestro corazón
4. MEDITATIO
a)
Algunas preguntas para ayudar a la meditación:
¿Quién o qué cosa ha
suscitado mi interés y maravilla en la lectura que he hecho? ¿Es posible que
haya algunos que se profesen cristianos, pero que no crean en la Resurrección
de Jesús? ¿Tan importante es creer? ¿Qué cambia si sólo nos quedásemos con su enseñanza
y su testimonio de vida? ¿Qué significado tiene para mí el don del Espíritu
para la misión? ¿Cómo continúa, después de la Resurrección, la misión de Jesús
en el mundo? ¿Cuál es el contenido del anuncio misionero? ¿Qué valor tiene para
mí el testimonio de Tomás? ¿Cuáles son , si las tengo, las dudas de mi fe?
¿Cómo las afronto y progreso? ¿Sé expresar las razones de mi fe?
b)
Comentario:
Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana: los discípulos están viviendo un día extraordinario. El día siguiente
al sábado, en el momento en el que viene escrito el IV evangelio, es ya para la
comunidad “ el día del Señor” (Ap 1-10), Dies Domini (domingo) y tiene más
importancia que la tradición del sábado para los Judíos.
Mientras
estaban cerradas las puertas: una
anotación para indicar que el cuerpo de Cristo Resucitado, aún siendo
reconocible, no está sujeto a las leyes ordinarias de la vida humana.
Paz
a vosotros: no es un deseo, sino la paz
que había prometido cuando estaban afligidos por su partida (Jn 14,27; 2Tes
3,16; Rom 5,3), la paz mesiánica, el cumplimiento de las promesas de Dios, la
liberación de todo miedo, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, la
reconciliación con Dios, fruto de su pasión, don gratuito de Dios. Se repite
por tres veces en este pasaje, como también la introducción (20,19) se repite
más adelante (20,26) de modo idéntico.
Les
mostró las manos y el costado: Jesús
refuerza las pruebas evidentes y tangibles de que es Él el que ha sido
crucificado. Sólo Juan recuerda especialmente la herida del costado producida
por la lanza de un soldado romano, mientras Lucas tiene en cuenta las heridas
de los pies (Lc 24-39). Al mostrar las heridas quiere hacer evidente que la paz
que Él da, viene de la cruz (2Tim 2,1-13). Forman parte de su identidad de
Resucitado (Ap 5,6)
Los
discípulos se alegraron de ver al Señor:
Es el mismo gozo que expresa el profeta Isaías al describir el banquete divino
(Is 25,8-9), el gozo escatológico, que había preanunciado en los discursos de
despedida, gozo que ninguno jamás podrá arrebatar (Jn 16,22; 20,27). Cfr.
También Lc 24,39-40; Mt 28,8; Lc 24,41.
Como el
Padre me envió, también yo os envío:
Jesús es el primer misionero, el “apóstol y sumo sacerdote de la fe que
profesamos” (Ap 3,1). Después de la experiencia de la cruz y de la resurrección
se actualiza la oración de Jesús al Padre (Jn 13,20; 17,18; 21,15,17). No se
trata de una nueva misión, sino de la misma misión de Jesús que se extiende a
todos los que son sus discípulos, unidos a Él como el sarmiento a la vid
(15,9), como también a su Iglesia (Mt 28,18-20; Mc 16,15-18; Lc 24,47-49). El
Hijo eterno de Dios ha sido enviado para que “el mundo se salve por medio de
Él” (Jn 3,17) y toda su existencia terrena, de plena identificación con la
voluntad salvífica del Padre, es una constante manifestación de aquella
voluntad divina de que todos se salven. Este proyecto histórico lo deja en consigna
y herencia a toda la Iglesia y de modo particular, dentro de ella, a los
ministros ordenados.
Sopló
sobre ellos: el gesto recuerda el soplo
de Dios que da la vida al hombre (Gn 2,7); no se encuentra otro en el Nuevo
Testamento. Señala el principio de una creación nueva.
Recibid
el Espíritu Santo: después que Jesús ha
sido glorificado viene dado el Espíritu Santo (Jn 7,39). Aquí se trata de la
transmisión del Espíritu para una misión particular, mientras Pentecostés (Act
2) es la bajada del Espíritu Santo sobre todo el pueblo de Dios.
A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos: el poder
de perdonar o no perdonar (remitir) los pecados se encuentra también en Mateo
de forma más jurídica (Mt 16,19; 18,18). Es Dios quien tiene el poder de
perdonar los pecados, según los escribas y Fariseos (Mc 2,7), como según la
tradición (Is 43,25). Jesús tiene este poder (Lc 5,24) y lo transmite a su
Iglesia. Conviene no proyectar sobre este texto, en la meditación, el
desarrollo teológico de la tradición eclesial y las controversias teológicas
que siguieron. En el IV evangelio la expresión se puede considerar de un modo
amplio. Se indica el poder de perdonar los pecados en la Iglesia como comunidad
de salvación, de la que están especialmente dotados aquellos que participan por
sucesión y misión del carisma apostólico. En este poder general está también
incluso el poder de perdonar los pecados después del bautismo, lo que nosotros
llamamos “sacramento de la reconciliación” expresado de diversas formas en el
curso de la historia de la Iglesia.
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo:
Tomás es uno de los protagonistas del IV evangelio, se pone en evidencia su
carácter dudoso y fácil al desánimo (11,16; 14,5). “Uno de los doce” es ya una
frase hecha (6,71), porque en realidad eran once. “Dídimo” quiere decir
Mellizo, nosotros podremos ser “mellizos” con él por la dificultad de creer en
Jesús, Hijo de Dios muerto y resucitado.
¡Hemos visto al Señor! Ya antes Andrés, Juan y Felipe, habiendo
encontrado al mesías, corrieron para anunciarlo a los otros (Jn 1,41-45). Ahora
es el anuncio oficial por parte de los testigos oculares (Jn 20,18).
Si
no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de
los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré: Tomás no consigue creer a través de los testigos
oculares. Quiere hacer su experiencia. El evangelio es consciente de la
dificultad de cualquiera para creer en la Resurrección (Lc24, 34-40; Mc 16,11;
1Cor 15,5-8), especialmente aquéllos que no han visto al Señor. Tomás es su
(nuestro ) intérprete. Él está dispuesto a creer, pero quiere resolver
personalmente toda duda, por temor a errar. Jesús no ve en Tomás a un escéptico
indiferente, sino a un hombre en busca de la verdad y lo satisface plenamente. Es
por tanto la ocasión para lanzar una apreciación a hacia los futuros creyentes
(versículo 29).
Acerca
aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente: Jesús
repite las palabras de Tomás, entra en diálogo con él, entiende sus dudas y
quiere ayudarlo. Jesús sabe que Tomás lo ama y le tiene compasión, porque
todavía no goza de la paz que viene de la fe. Lo ayuda a progresar en la fe.
Para profundizar más en la meditación, se pueden confrontar los lugares
paralelos: 1Jn 1-2; Sal 78,38; 103,13-14; Rom 5,20; 1Tim 1,14-16.
¡Señor mío y Dios mío!: Es la profesión de fe en el Resucitado y en su
divinidad como está proclamado también al comienzo del evangelio de Juan
(1,1) En el Antiguo Testamento “Señor” y “Dios” corresponden respectivamente
a”Jahvé” y a “Elohim” (Sal 35,23-24; Ap 4,11). Es la profesión de fe pascual en
la divinidad de Jesús más explicita y directa. En el ambiente judaico adquiría
todavía más valor, en cuanto que se aplicaban a Jesús textos que se refieren a
Dios. Jesús no corrige las palabras de Tomás, como corrigió aquéllas de los
judíos que lo acusaban de querer hacerse “igual a Dios” (Jn 5,18ss), aprobando
así el reconocimiento de su divinidad.
Porque
me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído: Jesús nunca soporta a los que están a la búsqueda de
signos y prodigios para creer (Jn 4,48) y parece reprochar a Tomás. Encontramos
aquí un pasaje hacia una fe más auténtica, un “camino de perfección”
hacia una fe a la que se debe llegar también sin las pretensiones de Tomás, la
fe aceptada como don y acto de confianza. Como la fe ejemplar de nuestros
padres (Ap 11) y como la de María (Lc 1,45). A nosotros, que estamos a más de
dos mil años de distancia de la venida de Jesús, se nos dice que, aunque no lo
hayamos visto, lo podemos amar y creyendo en Él podemos exultar de “un gozo
indecible y glorioso” (1Pt 1,8).
Estos
[signos] han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre: El IV evangelio, como los otros, no tiene la finalidad
de escribir la vida completa de Jesús, sino sólo demostrar que Jesús era el
Cristo, el Mesías esperado, el Liberador y que era Hijo de Dios. Creyendo en Él
tenemos la vida eterna. Si Jesús no es Dios, ¡vana es nuestra fe!
5. ORATIO
Salmo 118 (117)
¡Aleluya!
¡Dad gracias a Yahvé,
porque es bueno,
porque es eterno su
amor!
¡Diga la casa de
Israel:
es eterno su amor!
¡Diga la casa de
Aarón:
es eterno su amor!
¡Digan los que están
por Yahvé:
es eterno su amor!
¡Cómo me empujaban
para tirarme!,
pero Yahvé vino en mi
ayuda.
Mi fuerza y mi canto
es Yahvé,
él fue mi salvación.
Clamor de júbilo y
victoria
se oye en las tiendas
de los justos.
La piedra que
desecharon los albañiles
se ha convertido en la
piedra angular;
esto ha sido obra de
Yahvé,
nos ha parecido un
milagro.
¡Éste es el día que
hizo Yahvé,
exultemos y gocémonos
en él!
¡Yahvé, danos la
salvación!
¡Danos el éxito,
Yahvé!
6. CONTEMPLATIO
Oración
final
Te doy gracias Jesús,
mi Señor y mi Dios, que me has amado y llamado, hecho digno de ser tu
discípulo, que me has dado el Espíritu, el mandato de anunciar y testimoniar tu
resurrección, la misericordia del Padre, la salvación y el perdón para todos
los hombres y todas las mujeres del mundo. Verdaderamente eres Tú el camino, la
verdad y la vida, aurora sin ocaso, sol de justicia y de paz. Haz que
permanezca en tu amor, ligado como sarmiento a la vid, dame tu paz, de modo que
pueda superar mis debilidades, afrontar mis dudas, responder a tu llamada y
vivir plenamente la misión que me has confiado, alabándote para siempre. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Orden de los Carmelitas