sábado, 21 de enero de 2017

«La sangre de Cristo purifica nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este sábado de la segunda semana del tiempo ordinario.

Carta a los Hebreos 9,2-3.11-14. 
En él se instaló un primer recinto, donde estaban el candelabro, la mesa y los panes de la oblación: era el lugar llamado Santo. Luego, detrás del segundo velo había otro recinto, llamado el Santo de los santos. Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. Él, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua -no construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado- entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna. Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente! 

Salmo 47(46),2-3.6-7.8-9. 

Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra.

El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas.
Canten, canten a nuestro Dios, canten,
canten a nuestro Rey.

El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado.

Evangelio según San Marcos 3,20-21. 
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado". 
Comentario

a) Hablando todavía del sacerdocio de Cristo, la carta (a los Hebreos) compara dos elementos importantes del Templo de Jerusalén (o sea, del AT) con la nueva realidad de Jesús: el Templo mismo y los sacrificios.

Explica, ante todo, cómo funcionaba el Templo: con un recinto anterior, llamado «santo», y otro más interior y oculto, llamado «santísimo». El sumo sacerdote de turno entraba en el «santísimo» una vez al año, en la fiesta de la Expiación, para ofrecer al Señor sacrificios por el pueblo. Pero Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. Allí ha sido constituido Sacerdote y Mediador nuestro ante Dios.

En cuanto al sacrificio, los sacerdotes de la antigua Alianza ofrecían una y otra vez sacrificios de animales, por sus pecados y por los del pueblo, porque la sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación.

b) En los prefacios del Tiempo Pascual damos gracias a Dios por este sacerdocio perfecto de Cristo, por la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, que hace inútiles ya todos los demás sacrificios, y también porque en él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, permanece vivo el sacerdocio y el sacrificio:

- Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado»,
- él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre»,
- él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».

Todos los esfuerzos humanos fracasan a la hora de conseguir la salvación. No nos salvamos a nosotros mismos, por muchos «sacrificios de animales» que hagamos. Es Cristo Jesús quien nos ha salvado y el que también ahora sigue en el cielo intercediendo por nosotros. El es el verdadero Sacerdote, que ha asumido nuestra debilidad y nos reconcilia continuamente con su Padre.

Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.

c) El evangelio de hoy es bien corto y un tanto paradójico. Sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer.
Ciertamente no lo tiene fácil el nuevo Profeta. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale».

Entre estos familiares críticos, no nos cabe en la cabeza que pudiera estar también su madre, María, la que, según Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.

d) También en el mundo de hoy podemos observar toda una gama diferente de reacciones ante Cristo. Más o menos como entonces. Desde el entusiasmo superficial hasta la oposición radical y displicente.

Pero, más que las opiniones de los demás, nos debe interesar cuál es nuestra postura personal ante Cristo: ¿le seguimos de verdad, o sólo decimos que le seguimos, porque llevamos su nombre y estamos bautizados en él? Seguirle es aceptar lo que él dice: no sólo lo que va de acuerdo con nuestra línea, sino también lo que va en contra de las apetencias de este mundo o de nuestros gustos.

Si es el Maestro y Profeta que Dios nos ha enviado, tenemos que tomarle en serio a él, como Persona, y lo que nos enseña. Y eso tiene que ir iluminando y cambiando nuestra vida.

Podemos recordar además otro aspecto de este evangelio: que también nosotros podemos ser objeto de malas interpretaciones por llevar en medio de este mundo una vida cristiana, que muchas veces puede despertar persecuciones o bien sonrisas irónicas. Eso nos puede pasar entre desconocidos y también en nuestros círculos más cercanos, incluidos los familiares. Deberíamos seguir nuestro camino de fe cristiana con convicción, dando testimonio a pesar de las contradicciones. Como hizo Cristo Jesús. Con libertad interior.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 66-70

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