sábado, 25 de febrero de 2017

“El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y medita el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 7ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice...

Evangelio según San Marcos 10,13-16. 
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. 

Comentario
Esterilidad y vida sin hijos era considerado un gran infortunio en el judaísmo. Abrahán, Raquel, Ana, Sara, Isabel pedían un hijo a Yahvéh como muestra evidente de su misericordia. Siendo el paradigma universal judío la relación de Yahvéh con Israel, la relación padre e hijo se regía por el mismo rasero. Israel valía por el cumplimiento de la Torah (ley) como el hijo valía cuando llegaba a ser hijo de la ley a los 14 años con el Bar-Mirzvah (confirmación judía). Aunque los padres debían enseñar la ley a sus hijos, éstos no estaban obligados a cumplirla hasta la mayoría de edad. Las normas de convivencia tenían rasgos de respeto por los niños pero igualmente derechos de los padres que hoy consideraríamos aberrantes. Solo en el siglo XIX introduce el judaísmo servicios religiosos para los niños en sábado. Los cristianos, tanto católicos como protestantes, introducen los catecismos y catequesis para niños solamente en el siglo XVI. La expresión “hijos de satanás”, por más figurada que sea, muestra una aberrante desviación “genética”, como aparece incluso en Pablo cuando diferencia los hijos de Sara (libre) de los hijos de Agar (esclava). Pero igualmente hace a cualquier ser humano “hijo de la promesa”, heredero de la salvación, raza de Abrahán por la fe. Dentro del desarrollo de la teología cristiana, la mayor injusticia con los niños fue condenarlos al limbo si morían con el pecado heredado y sin bautismo. La maternidad quedó igualmente afectada por expresiones como: «No fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará por tener los hijos, con tal que permaneciere con modestia en la fe, la caridad y la santidad» (1 Tm 2:13). En la primitiva comunidad cristiana los niños tenían acceso a la Eucaristía (como hoy en la Iglesia Ortodoxa) hasta el Cuarto Concilio Lateranense (1215) que la limitó hasta que tuviesen uso de razón. La definición del ser humano básicamente por su razón, es la herencia filosófica griega del “hombre como animal racional”. Hoy se tiene por una deficiente definición de los humano. Cosas más importantes que la razón se desarrollan en la infancia como lo demuestra la sicología evolutiva y hasta la siquiatría. Siendo la religión judía una religión de varones adultos, y de alguna forma buena parte de la reflexión de los Padres de la Iglesia basada en adultos razonadores, la filiación divina (ser tenido y tratado como hijo de Dios) quedó en Juan condicionada a la fe o juicio propio y en Pablo a que ser hijos adoptivos. La filiación por esencia era la de Jesús y los demás “por los laítos” y hay comentaristas que ven en Pablo otra vena teológica que hace de los creyentes hijos de Dios por las mismas razones por las que lo es Jesús: por el Espíritu y la resurrección: «El Espíritu mismo da testimonio a una con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rm 8:16) y «Jesús es el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8:29).
A pesar de que Marcos cuenta el mayor número de curaciones, solamente se narran la curación de dos niñas: la hija de Jairo y la de la Sirofenicia. En el caso de la Sirofenicia incluso se contrapone, en el diálogo inicial, el pan de los hijos y las migajas para los perritos; la niña gentil tendría un demonio, pero los hijos de Israel tendrían la primacía. Jesús predica a los adultos y los niños entran en el genérico de los pequeños, junto con las viudas, los pobres, los enfermos. Los niños, pues, no entran en este evangelio de Marcos como objeto específico de reflexión, como lo hace la enfermedad, las normas del sábado, los fariseos y sus costumbres sino como metáfora o parábola de lo que se espera del creyente. Marcos muestra que el camino del reinado de Dios es el de la desposesión en bien de los demás, ser el servidor de todos, tener la actitud de un niño (algo difícil de precisar hoy), la petición al joven rico para que venda todo, la declaración a Pedro de que el último será el primero, los tres anuncios de su pasión, al niño como la vía para ilustrar la ironía de que Santiago y Juan aún busquen puestos de prestigio en el reinado de Dios.
El relato de hoy lo que sí nos muestra es lo poco o inapropiadamente que los discípulos captaban la manera de Jesús de predicar el reinado de Dios. No aciertan cuando toman la iniciativa. Fue desacertada la idea de Pedro de construir tres tiendas en la Transfiguración para Jesús, Moisés y Elías; fue desautorizado Juan y los otros discípulos cuando quisieron negar el derecho a expulsar demonios a quien no seguía la grupo; fue desacertado que no quisieran identificar a la hemorroísa que tocaba el borde del manto de Jesús; su desacertado rechazar a la mujer Sirofenicia que piden a Jesús que despida; fueron regañados cuando querían alejar a los niños de Jesús. En todos estos casos quizás buscaban “ayudar” al ministerio de Jesús pero fueron sorprendidos porque entendían mal tal ministerio. En Marcos hay muchas instrucciones de Jesús que empiezan con la invitación: quien quiera. La de hoy es una de ellas y se pude entender mejor dentro de las demás de este estilo. Quien quiera que tenga oídos que oiga; quien quiera seguirme tome su cruz; quien quiera salvar su vida; quien quiera ser el primero; quien quiera que de un vaso de agua; quien quiera que mueva un pequeño a pecar; quien quiera que no reciba el reinado de Dios como un niño; quien quiera que deje su padre y madre, tierra; quien quiera que no dude en su corazón. Es imposible deducir la actitud de un niño frente al reinado de Dios sin tener en cuenta todas las anteriores exigencias y otras más. Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, se espera un creyente adulto que precisamente puede servir en vez de ser servido; dar en vez de acumular; enseñar en vez de engreírse; sacrificarse en vez de sacrificar a otros.
El texto de hoy ha servido de argumento en el debate sobre el bautismo de infantes, dado la precondición de la fe. El niño no estaría en capacidad de entender “intelectualmente” lo que confiesa y de ahí que lo hagan sus padres y padrinos; así, como dice Agustín de Hipona, el niño es sumergido en la fe de sus padres y padrinos. Tampoco los niños judíos entenderían su circuncisión. Hay que reconocer que estuvo muy ligado al pecado original y al limbo y por ello se debían bautizar “tan pronto como fuera posible” (Concilio de Constanza, 1413). Incluso se dieron muchos casos en el pasado de bautismo forzado de niños, por ejemplo judíos, algo que el Vaticano II desautoriza. Tal práctica dio origen a los anabaptistas quienes re-bautizaron a los adultos, argumentando que solamente la persona adulta y consciente podía hacer una opción tan seria como la suponía la fe cristiana. Hoy se insiste igualmente en la catequesis para adultos y niños no solamente respecto al bautismo sino para todos los demás sacramentos. El niño forma parte de una familia más amplia y goza del derecho a ser servido por ella en todo lo que esté a su mano. El Jesús que abraza, bendice e impone las manos a los niños, sin que podamos determinar qué significa, nos obliga al menos a hacer lo mismo. El Espíritu nos dirá qué sigue.

 Luis Javier Palacio Palacio, S.J.


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