domingo, 16 de julio de 2017

La semilla cayó en tierra buena y dio fruto

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este XV Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice...

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (55,10-11):

Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

Palabra de Dios

Salmo
Sal 64,10.11.12-13.14

R/.
 La semilla cayó en tierra buena y dio fruto

Tú cuidas de la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales. R/.

Riegas los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes. R/.

Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría. R/.

Las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,18-23):

Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-23):

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»

Palabra del Señor

Comentario

¿Qué es la Palabra de Dios?

Vivimos en un mundo en el que hay muchas palabras. Los medios de comunicación han hecho que abunden y sobreabunden. Canciones, radios, televisiones, periódicos, revistas, voces, redes sociales... Tanto que a veces de tantas palabras como nos rodean no somos capaces de entender nada de lo que se dice. La palabra ha dejado de comunicar y se convierte en ruido. Sin embargo, en la Iglesia seguimos diciendo que la Palabra de Dios ocupa el lugar más central y privilegiado que puede existir en nuestra comunidad creyente. Pero, ¿qué es eso de la Palabra de Dios?
De entrada, Palabra de Dios son las lecturas que se leen cada día en la misa. Están tomadas de una colección de libros que llamamos la Biblia. Hasta ahí todos lo sabemos. Pero, y también lo sabemos, los libros que forman la Biblia no son libros normales. Para nosotros, los creyentes, esos libros están inspirados por el Espíritu Santo. Recogen la historia de Dios con la humanidad, las continuas ofertas de salvación hechas a una humanidad que parece siempre metida en su laberinto de violencia, dolor, desamor y muerte. Son fruto –y esto es lo más importante– del amor que Dios nos tiene. Son un testimonio vivo de ese amor. Leer esos libros es encontrarnos con una palabra que es portadora del amor de Dios. Por eso, los leemos con veneración. Su palabra no es una palabra normal, no es ruido, no está vacía de significado. Por eso, la escribimos con mayúscula. Es la Palabra. Cuando realmente la acogemos en nuestro corazón, nos abre el entendimiento y los sentidos y nos lleva a tomar conciencia de la voluntad de Dios: que todos los hombres y mujeres se salven, que todos encuentren la vida y la vivan en plenitud. 
Hoy la primera lectura nos habla así de la Palabra de Dios. Como la lluvia hace fecunda la tierra y la llena de vida, así la Palabra de Dios hará que se cumpla la voluntad de Dios y nos llenará de vida. Pero, como dice el Evangelio, el efecto de la Palabra en cada uno de nosotros depende también de nuestra capacidad de acogida. Ante unos oídos cerrados, no hay palabra que valga. Ante unos oídos acogedores, la Palabra es capaz de transformar el corazón de la persona y hacer que produzca frutos para la vida de la persona y de la humanidad. 
Domingo tras domingo escuchamos la Palabra de Dios. En nuestras manos está abrir nuestros oídos y nuestro corazón para que esa Palabra pueda hacer realidad la voluntad de Dios. Acogerla, aceptar sus exigencias –que nos llevan a vivir una vida más plena– es una actitud básica de nuestra vida cristiana. Sin ese alimento de la Palabra, nuestra vida terminará siendo tan infecunda como las rocas, las zarzas o el camino. 
Para el diálogo

¿Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en mi vida? ¿Leo de vez en cuando la Palabra de Dios, además de la que escucho en misa? ¿Me preocupo de entenderla y acogerla? ¿Sigo sus enseñanzas? En caso de que no la entienda, ¿procuro informarme?

Fernando Torres cmf



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