jueves, 9 de marzo de 2017

¿Qué pedimos y qué da Dios?

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 1ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendiga...

Evangelio según San Mateo 7,7-12. 
Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.  

Comentario

La figura de Dios, bajo variadas concepciones, es quizás el elemento más universal en todos los grupos humanos. En ella se reflejan todas las carencias humanas pero también todos los deseos más profundos. El cristianismo busca depurar la imagen de Dios para depurar igualmente la del ser humano. “Dime qué Dios tienes y te diré qué idea de humanidad tienes” o “dime qué idea de humanidad tienes y te diré qué imagen de Dios tienes” son igualmente válidas, especialmente en los Padres Griegos de la Iglesia.
Nuestras peticiones en la oración a menudo copian la lista de compras que satisfagan nuestros gustos. Las oraciones de alabanza, de acción de gracias, por el contrario, son ellas mismas su retribución inmediata; gozan de gratificación instantánea. También a veces consideramos las peticiones como un plebiscito a Dios. Si comprometemos a más gente a pedir lo mismo, orando con más frecuencia e intensidad, presionamos a Dios de tal manera que tiene que ceder a nuestras peticiones.
Pero la oración debe estar en concordancia no solamente con las Escrituras sino con una sana teología. Podemos resumirlo en que, de acuerdo con los evangelios, la oración de petición es para que Dios logre actuar de cierta manera en nosotros como no habría sido posible si no se hubiera orado. Es decir, para que pueda actuar a través de nosotros; para que remueva los impedimentos que le ponen nuestros intereses mezquinos.
En Lucas es claro que la respuesta a toda oración es única y universal: el Espíritu. Una nota interesante en Lucas es que no nos dice que debamos pedir el Espíritu, ni trae a colación la necesidad de la fe para orar. Nos dice que Dios da el Espíritu a quien ora, sin importar el tipo o tema de la oración. En el Padrenuestro es igual con diferente nombre: que el reinado de Dios sea realidad, la voluntad de Dios sea hecha.
Un primer efecto, así sea sicológico de la oración, es sin embargo muy importante. La oración (meditación, contemplación) es terapéutica; más que cambiar la voluntad de Dios, cambia la nuestra de manera que entendamos “jesusmente” cuál es su voluntad respecto a lo que oramos.
La oración nos saca de nuestras pequeñas preocupaciones y nos ubica frente al futuro querido por Dios para todos. Los profetas oraban siempre en bien del pueblo, no de sí mismos. Agustín de Hipona hacía una sabia advertencia sobre la oración: “Dios escucha tu llamada si lo buscas a él. No te escucha si, a través de él, buscas otra cosa”. Cuando nos hablan de Jesús que se retiraba a orar en ciertos momentos claves de su vida, lo que busca no es cambiar el rumbo de los hechos sino percibir la manera como Dios viene actuando para ponerse a su disposición: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Mt 26:39). Es como sintonizarnos en la frecuencia de Dios para que suene su voz.
En la oración de Jesús en el monte, aunque no se nos dice de su contenido, se da la ocasión para que la respuesta sea la que el Padre considera adecuada: la transfiguración; que su pasión en Jerusalén terminaría en gloria como la de Elías y Moisés. En la parábola de la viuda importuna en donde se ha traducido por orar persistentemente, la palabra usada anaideia (Lc 11:8) apunta más a sin vergüenza.
Lo más torcido de nuestras intenciones es lo más necesitado de oración pues forma parte del mayor impedimento de Dios para obrar en nosotros. Así, el Creador puede obrar en la creatura sacando lo mejor de ella misma, en una “sinergia” (trabajo conjunto) sanadora del individuo y la sociedad; la imagen última es la Trinidad que es sociedad, persona como relación, nunca soledad individual.
La oración no es evasión de la responsabilidad sino el compromiso propio y cuando la oración es colectiva es compromiso comunitario, como en la Eucaristía. Pedimos a Dios que haga para que nosotros seamos generosos para hacerlo.
De esta manera, y teniendo en cuenta las críticas válidas que se han hecho a la oración de intercesión especialmente en su expresión popular, podemos decir que si la oración es el centro de la religión, la petición es el centro de la oración. El cristiano, con su concepto de Providencia, se hace el ser capaz de conciliar las mayores paradojas de la vida. La crucifixión de Cristo es al mismo tiempo tanto el peor como el mejor suceso de la historia que haya podido haber. Pablo dice que no es él quien vive sino Cristo quien vive en él, y no habla del Cristo de la gloria sino de la pasión. Su actuar puede ser adscrito total y simultáneamente a las decisiones humanas y a las decisiones divinas. La oración es la expresión humana de que Dios actúa siempre por persuasión y nunca por coerción, de que siempre respeta nuestra libertad.
El lenguaje utilizado por Mateo de pedir, buscar y llamar no es exclusivo de la oración, sino de la mayoría de las acciones humanas. Describe igualmente un estilo de vida orientado a distinguir y realizar los planes de Dios; así, vincula la oración con la acción humana. «Todo el que pide, recibe, y todo el que busca, encuentra, y a todo el que llama, se le abrirá» es la constatación del éxito de muchas obras buenas que han beneficiado a la humanidad: científicas, humanitarias, caritativas. Con los ejemplos del hijo que pide y el padre que da, se anima a los discípulos a que ni siquiera en circunstancias de hostilidad o enfrentamiento deben desfallecer.
El resumen final en la “regla de oro” no es creación de Jesús ni de la comunidad. Ya se encuentra en su formulación positiva (haced a otros ...) y negativa (no hagáis a otros ...) en la literatura griega como en Heródoto, Isócrates, Demónico, Nicocles, Diógenes Laercio, Aristóteles, así como en la judía y en textos judeo helenísticos de Alejandría. Justino dirá que las semillas del Logos (Verbo que se hizo carne) habían sido esparcidas en todos los pueblos. La novedad es que ahora con Jesús se puede expresar de nueva forma: “Haced por los otros lo que yo he hecho por ti”.
En los Escritos rabínicos ya se sintetizaban la ley y los profetas en la regla de oro. Pablo, en la carta a los romanos dice que la ley judía era en realidad la ley natural cognoscible para todos los pueblos, que no se cumplía por carencia de la gracia. Algunos autores creen que la idea del dicho está presente en la ética universal y responde al deseo de todos los seres humanos de ser tratados dignamente y con justicia. Aunque ello es posible, no expresa adecuadamente el significado que adquiere en relación con la de Jesús. Este pudo querer o no la pasión pero la aceptó por amor al mundo; no la quiso para los demás pero pidió aceptarla si era en bien de ellos. La relación es siempre asimétrica. «Todo cuanto deseéis que os hagan los hombres» no es cheque en blanco que cada cual pueda llenar para una manera de vivir egoísta o destructiva. Es tratar de seducir a los demás, actuando como Jesús, para que a su vez ellos actúen así con otros, no con el benefactor. Esa es la gratuidad de la gracia, gratis dada. Es lo que pedimos y nos da Dios con oración o sin ella.
Apuntes del Evangelio.
Luis Javier Palacio, S.J.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario