domingo, 29 de enero de 2017

Las ocho desconcertantes felicidades

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y los comentarios, en este Cuarto Domingo del tiempo ordinario.

Dios nos bendice...

Libro de Sofonías 2,3.3,12-13. 

Busquen al Señor, ustedes, todos los humildes de la tierra, los que ponen en práctica sus decretos. Busquen la justicia, busquen la humildad, tal vez así estarán protegidos en el Día de la ira del Señor. 

Yo dejaré en medio de ti
a un pueblo pobre y humilde,
que se refugiará en el nombre del Señor. 

El resto de Israel
no cometerá injusticias
ni hablará falsamente;
y no se encontrarán en su boca
palabras engañosas. 

Ellos pacerán y descansarán
sin que nadie los perturbe.

Salmo 146(145),7.8-9.10. 

El Señor hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.
Abre los ojos de los ciegos

y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor protege a los extranjeros

y sustenta al huérfano y a la viuda;
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones.

Carta I de San Pablo a los Corintios 1,26-31. 

Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor. 


Evangelio según San Mateo 5,1-12.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."  
Comentarios


1.1 A las puertas de la celebración de la llegada de Cristo, que se hace presente en cada Eucaristía, es bueno recordar dos cosas: primero, qué género de personas estarán prontas a recibirlo: "un puñado de gente pobre y humilde", según la descripción de Sofonías; segundo, qué espiritualidad conlleva este hecho y qué significa para nosotros como Iglesia.

1.2 Observemos que el pueblo se vio diezmado por factores esencialmente externos, ante todo el destierro. Mas una lectura profunda de ese hecho externo los llevó a la conciencia de un factor interno, el pecado. Así vinieron a entender que habían sido infieles, como expresamente lo denuncia Sofonías.

1.3 Y es interesante notar que esta misma realidad del pecado viene como a "hermanar" a los judíos y los no judíos, es decir, al pueblo elegido, el pueblo de la alianza, con los demás pueblos. Porque si a Israel se le llama "infiel", a quienes desterraron a Israel se les llama "ciudad potente y opresora." No son mejores los judíos, porque fueron infieles, ni son mejores los paganos, porque oprimen.

1.4 Esta especie de hermandad en el barro del pecado será muy importante como elemento de predicación para san Pablo, por ejemplo cuando diga: "¿Entonces qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? De ninguna manera; porque ya hemos denunciado que tanto judíos como griegos están todos bajo pecado" (Rom 3,9). No para quedarnos en la amargura de una desgracia universal, sino para gozarnos en una gracia que a todos se predica en Cristo, pues el mismo Pablo dice poco más adelante: "Concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley. ¿O es Dios el Dios de los judíos solamente? ¿No es también el Dios de los gentiles? Sí, también de los gentiles, porque en verdad Dios es uno, el cual justificará en virtud de la fe a los circuncisos y por medio de la fe a los incircuncisos" (Rom 3,28-30).

1.5 Por otra parte, notemos cómo esta gente humilde y pobre, pero al mismo tiempo capaz de verdad, es un verdadero puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Sofonías anuncia que este Pequeño Resto será la herencia de Dios; y si miramos el Evangelio lo que encontramos es que María, José, Ana, Simeón y todos ellos, y también la mayor parte de las multitudes que se apretujan para escuchar al Maestro son claros representantes de ese grupo de humillados y a la vez fieles.

1.6 ¿Y a nosotros, como Iglesia, qué nos enseña todo esto? Nos enseña, cuando ya el Adviento entra en su fase final, cuál es la espiritualidad de los que aceptan al Señor y le comprenden su mensaje. Cristo no será un maestro que avasalla con su lógica, ni un tecnócrata que pretende aplicar las conclusiones de sus fríos análisis; Cristo no será un líder de seductora elocuencia ni un comerciante de sueños. Será el humilde entre los humildes, el pobre entre los pobres, y también el verdaderamente fiel entre los que buscan ser fieles a Dios.


2. Las ocho desconcertantes felicidades (bienaventuranzas)

Las Bienaventuranzas fueron predicadas por Jesús desde la altura de la montaña, que baja hasta el lago de Tiberíades. La imagen invertida de la montaña reflejada en el lago terso nos enseña que todos los que quieren iniciarse en los misterios del espíritu deben aprender a invertir todas sus maneras de ver y de hacer, la dirección de sus deseos, el diseño de su vida.

2.1 La felicidad de la pobreza en el espíritu. Es apetecer la simplicidad, por encima de las satisfacciones del propio pensar y saber. Es disponibilidad de despojo y de renuncia, para no quedarse en lo inmediato y buscar lo trascendente. Ante el Reino de los cielos no hay ninguna riqueza comparable.

2.2 La felicidad del sufrir. Es manifestación de aguante interior, de serenidad y mansedumbre. Dios es el que reivindica y defiende. Hay que saber sufrir los sufrimientos y las privaciones. El mundo necesita testigos de mansedumbre, de dulzura y de fortaleza en el sufrimiento.

2.3 La felicidad del llanto. ¿Qué es llorar? Es el primer grito, la primera expresión del hombre. Llora el que es capaz de una nostalgia, el que siente una separación, el que anhela volver al ámbito cálido y profundo de lo original. La felicidad de las lágrimas lavan los ojos para ver el consuelo de la ternura de Dios. No son lágrimas de tristeza o melancolía, sino de fe.

2.4 La felicidad del hambre y de la sed. Desde la experiencia de las necesidades del cuerpo, hay que descubrir el hambre y la sed de justicia, que es el alimento del alma y significa la voluntad de Dios. Por lo tanto, la justicia es la salvación total. No hay que hambrear lo perecedero, que no sacia, ni beber lo que no tiene espíritu de transcendencia.

2.5 La felicidad de la misericordia. Significa caridad recíproca y activa, significa perdón. Esta bienaventuranza se opone al materialismo y positivismo farisaico, que despreciaba a los pobres, a los desgraciados y a los pecadores. Seremos medidos por Dios con la misma medida de misericordia que usemos con los demás.

2.6 La felicidad de la limpieza. bienaventurados lo que tienen limpio el corazón, como si fuese agua clara de montaña que permite ver el fondo en el que Dios se refleja. El que quiera ver a Dios que lave su corazón sucio para que pueda contemplar en lo profundo de su interior el valor de lo eterno.

2.7 La felicidad de la paz. Los pacíficos no son los tranquilos, sino los que hacen la paz, quienes la componen a partir del desorden, quienes la crean desde el caos. La paz es el sello de Dios, la plenitud en la unidad.

2.8 La felicidad de la persecución. El creyente sabe que la vida no es fácil, que la fidelidad al Evangelio exige muchas renuncias, que la incomprensión es el distintivo de los que siguen las enseñanzas del Maestro, pero sobre todo que el Reino de los cielos bien vale cualquier persecución.

Andrés Pardo



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