martes, 11 de febrero de 2014

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”

¡Amor y paz!

No podemos honrar al Señor sólo de un modo externo; no podemos elevarle nuestros cánticos de alabanza sólo con los labios. Mientras nuestra vida y nuestras obras no se conviertan en una continua alabanza de su Santo Nombre, nuestro culto será una exterioridad inútil.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este martes de la V semana del Tiempo Ordinario.

Hoy también celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. Honremos a nuestra Madre en esta hermosa advocación.

Asimismo, la Iglesia nos pide hoy dedicar especialmente este día a orar por todos los enfermos.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 7,1-13.
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...' En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!".
Comentario

Muchas veces queremos quedar satisfechos pensando que le hemos cumplido a Dios porque hemos realizado puntualmente algunos ritos para darle culto. Sin embargo después salimos de su presencia y reiniciamos una vida de maldad, de injusticia, de pecado, como si no conociéramos a Dios. Una fe así no dejará de ser sino una fe cargada de hipocresía. Dios quiere que vivamos como sus hijos fieles. Y esa fidelidad a Él nos debe llevar a amar y a respetar a todos, especialmente a nuestros padres. Efectivamente el reconocimiento de nuestros padres como el signo más cercano de Dios como Padre nuestro, nos ha de llevar a amarlos y respetarlos siempre. Quien desprecia a sus padres está manifestando que ha perdido su punto de referencia visible para llegar a madurar en todos los aspectos de su vida. Ante ellos aprendemos a enfrentar la vida, aprendemos a amar, a perdonar y a ser generadores de vida, no sólo por engendrar hijos, sino por incrementar la vida para que llegue a su plena realización. Por eso, a pesar de sus defectos los hemos de amar, sabiendo que ellos, junto con nosotros, están en una continua conversión que hará que todos lleguemos a la madurez del Hombre Perfecto, Cristo Jesús. Honrar a nuestros padres es honrar de hecho y no sólo con los labios, al mismo Dios. A partir de ese amor estaremos dispuestos a vernos todos como hermanos que jamás cierran su corazón a los demás, pues Dios no necesita de nuestro culto vacío de buenas obras; al final Él nos juzgará sobre cuánto lo amamos en nuestro prójimo y no tanto sobre cuánto cumplimos con algunos ritos meramente externos.

Reunidos para dar culto a Dios no nos limitemos a estos momentos de intimidad con el Señor en la celebración de la Eucaristía. El Señor sabe que no porque vamos, tal vez diariamente, a esta celebración ya por eso hemos de ser considerados como sus mejores amigos. Seamos prudentes para que no nos limitemos a honrar al Señor sólo con los labios, mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él, por falta de un amor auténtico que nos ponga al servicio de nuestro prójimo. Estar cerca de Dios no es sólo ponernos de rodillas ante Él y recibirlo en la Eucaristía. Estar cerca de Dios significa que Él habita en nosotros y transforma nuestra vida para que, permaneciendo en nosotros, desde nosotros Él manifieste, con obras concretas de nuestra vida, que bajo el signo de nuestra carne mortal, Él sigue amando y salvando a todos mediante su Iglesia. Esta Iglesia, Esposa que escucha a su Señor y le vive fiel, es la que se encuentra por medio nuestro ante el Señor no sólo para decirle que le ama, sino para comprometerse a actuar conforme a la guía amorosa del Espíritu Santo que habita en ella.

Si somos realmente hombres de fe en Cristo dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida, para que trabajemos constantemente haciendo que en nuestro mundo se viva cada vez más la justicia, la paz, la misericordia y el amor fraterno. No podemos realmente llamarnos hijos de Dios cuando, después de persignarnos y arrodillarnos ante Dios, nos levantamos en contra de nuestro hermano. Dios se ha dignado hacer su morada en nosotros. Dichoso quien contemple, quien escuche, quien viva en su Iglesia, pues desde ella Jesucristo continúa presente en el mundo. Pero no pensemos que por formar parte de la Iglesia ya somos el mejor de los signos de Cristo en el mundo. Es necesario que, aceptando esta fe, la hagamos patente ante todos los pueblos a través de nuestra vida, de nuestras obras, realizadas conforme al ejemplo que el Señor nos dio. Si llamándonos hijos de Dios llevamos una vida de maldad y de pecado, si perseguimos y asesinamos a los demás, en lugar de que el Nombre de Dios sea alabado, seremos responsables de que su Nombre sea puesto en ridículo ante aquellos que apenas a tientas le buscan tratando de encontrarlo y de experimentar su amor desde su Iglesia.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de serle fieles en todo, no sólo escuchando su Palabra y proclamándola con nuestros labios, sino con un corazón fiel que exprese, en buenas obras, que no son nuestros caprichos, sino el Espíritu Santo el que guía nuestros pasos por el camino del bien. Amén.

Homiliacatolica.com