jueves, 17 de octubre de 2013

Frente a la hipocresía, la misericordia y la caridad

¡Amor y paz!

Juristas y letrados son denunciados por Jesús por la incoherencia de su vida. Un letrado no debe poner las pequeñeces de la vida por encima de los grandes valores, como son la justicia, la honestidad, la solidaridad con el necesitado.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 11,47-54. 
¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden". Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación. 
Comentario

¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso. La visita de Jesús a la casa del fariseo parece no caminar como lo esperaba el anfitrión y otros invitados, tal vez queriendo entramparlo para tener motivos de acusarlo y condenarlo; tal vez para pedirle cuentas de su forma de hablar y actuar. Pero Jesús se ha levantado en contra de ellos, no porque quiera condenarlos, pues también ellos son objeto de la salvación que Dios ofrece a todos, sino para poner en claro que la salvación no se logra manifestando un continuo sentimiento de culpa construyendo y adornando sepulcros a los profetas asesinados por sus padres, sino escuchando a esos profetas, cuyas palabras se han cumplido en Cristo.

No basta comprender la Palabra de Dios y pensar que, puesto que es una sabiduría tan alta, mejor hay que hacer como el que enciende una vela y la tapa con una vasija de barro; hay que, más bien, abrir toda esa riqueza para que sea disfrutada por todos, y ser uno mismo el primero en conformar la propia vida a lo que Dios nos ha revelado; no vaya a ser que ni uno se salve, ni deje que los demás se salven. Dios nos ha confiado la riqueza de su amor, de su vida, de su perdón, de su salvación no para que los ocultemos, sino para que los demos a conocer a todas las naciones ayudándoles a vivir aquello mismo que ya nosotros estamos viviendo y disfrutando.

Nos reunimos en torno a Cristo en la celebración de su Misterio Pascual, no sólo para asumir nuestra propia responsabilidad en la Muerte de Cristo, sino para asumir la responsabilidad que tenemos en construir el Reino de Dios entre nosotros. Quien simplemente se conforma con acudir a la celebración y dejar enterrada, sin capacidad de producir fruto, la Semilla de la Palabra que el Señor ha sembrado en el corazón de los creyentes, se hace responsable, no sólo de la muerte de Cristo, sino del mal que continúa dominando muchos ambientes de nuestro mundo.

Cristo nos pide no vivir como plañideras, ni encadenados a un pasado ennegrecido por el mal y por el pecado. Cristo nos pide lanzarnos hacia delante, con la mirada fija en Aquel que nos ha precedido con su cruz y con su muerte, pero que ahora, resucitado de entre los muertos, vive eternamente. Por eso, esforcémonos por darle un nuevo sentido a nuestra vida personal y a nuestra vida social, de tal forma que viviendo como hermanos, desaparezca todo aquello que nos divide. Si realmente conocemos la Escritura no permitamos que la Palabra de Dios se nos quede sólo en la inteligencia; permitamos, más bien, que nos dé nueva vida para que podamos, con la Luz de Cristo, iluminar nuestro mundo con signos de verdad, de justicia, de amor y de paz.

No basta construir templos, casas de asistencia social, fundar clubes de ayuda solidaria. Es necesario vivir el Evangelio. La Iglesia de Cristo no puede quedarse en sólo la promoción social como una filantropía; es necesario hacer que la salvación sea parte de nuestra propia vida para que podamos llevarla también a los demás. La fe que sólo se expresa en exterioridades, mientras la vida privada, interior continúa siendo un desastre, es una falsedad ante Dios y ante nosotros mismos. La fe no viene a tranquilizar la conciencia del hombre pecador que no quiere abandonar sus malos caminos, viene a moverle para que cambie sus criterios internos y pueda vivir como un signo del amor de Dios en medio de los demás.

No podemos vivir persiguiendo, asesinando, enviciando a los demás y pensar que estamos en paz con el Señor porque aportamos cantidades económicas a favor de su Iglesia, o nos hacemos amigos de los jerarcas de la misma o construimos edificios para asistir a los necesitados. Mientras, a pesar de lo que demos, no hayamos dejado de hacer daño; mientras continuemos siendo los responsables de poner en riesgo la salvación, la integridad, la estabilidad de las demás personas, no podremos llamar Padre a Dios y, más bien, Dios nos pedirá cuenta de la sangre inocente derramada, de las conciencias que hayamos destruido, de la pobreza que hayamos generado, y de las vidas que hayamos perjudicado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos fortalezca para que seamos constructores de su Reino en medio de la construcción de la ciudad terrena, hasta lograr los bienes definitivos a los que hemos sido llamados. Amén.