viernes, 30 de agosto de 2013

Una cristiana ejemplar, sin títulos ni dignidades

¡Amor y paz!

En estos días en que algunos insisten en cuestionar el rol que desempeñan las mujeres dentro de la Iglesia, se destaca la figura de esta santa de nuestra América: Rosa de Lima.

Recordemos las palabras de Jesús: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 30) y las del Papa Inocencio IX, quien elogió a Rosa diciendo: "Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones".

Rosa de Lima no requirió títulos ni dignidades para, como dice el Evangelio de hoy, dejarlo todo por el sinigual tesoro del Reino de los Cielos. Y como ella, hay infinidad de mujeres en nuestra Iglesia Católica.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la fiesta de Santa Rosa de Lima, virgen, patrona de América Latina.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,44-46.
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."
Comentario

El Reino es Cristo. Y Él nos ha valorado de tal forma que, en un inmenso e inconmensurable amor por nosotros, lo dejó todo, incluso entregó su propia vida con tal de "comprarnos" para Dios, de manera que, perteneciéndole a Él no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Y ahora el Señor nos pide que en esa misma medida en que nosotros hemos sido amados por Dios, sepamos amar a nuestro prójimo, valorándolo de tal forma que no sólo le anunciemos el Evangelio de la gracia, sino que seamos capaces de entregarlo todo con tal de que, junto con nosotros, alcance la salvación que Dios ofrece a todos. No basta con dejarlo todo y consagrarse a Dios en una vida, por ejemplo, conventual. Es necesario abrir los ojos para trabajar de una y mil formas para que el Reino de Dios se haga realidad en el corazón de todas las personas. La vida misma de quienes viven su consagración en los conventos, o, como Rosa de Lima, dedicada a la oración y al servicio de los pobres y del sostenimiento de la familia, no tendrá sentido si no se realiza todo con un verdadero sentido salvífico, conforme a la Misión que el Señor confió a su Iglesia.

El Señor nos ofrece lo más grande de sí mismo: Su Vida y su Espíritu, para que, recibidos por nosotros, nos transformen, cada día en hijos más perfectos de nuestro Dios y Padre. Al acudir a la Celebración Eucarística debemos ser conscientes de que lo hemos de dejar todo, pues no podemos llamar Señor a Jesucristo sólo con los labios sino con un corazón indiviso, entregado totalmente a Él y al anuncio de su Evangelio. El Señor nos ha manifestado el amor que nos tiene, llegando al extremo de morir por nosotros. ¿Hasta dónde hemos sido nosotros capaces de llegar por él? ¿Nos conformaremos con acudir a la Eucaristía sólo como a un acto de culto y no como el momento de entrar en comunión con el Señor y de asumir el compromiso de hacer nuestras su Vida y la Misión que quiere confiarnos?

Si en verdad hemos aceptado el compromiso de fe que nos une al Señor, hemos de iniciar nuestro trabajo por el Reino. Abramos los ojos ante la realidad que nos rodea. Sabemos que Dios llama a toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares, a participar de su Vida divina. Sin embargo, en el campo del mundo hay mucha riqueza escondida a causa de los miedos de quienes, sabiendo que son hijos de Dios, prefieren vivir su fe en la oscuridad de su propio interior. Hay muchos que perdieron el rumbo; ya ni siquiera saben que son hijos de Dios y viven como los paganos, que no conocen a Dios. En medio de un mundo, en el cual anidan muchas posibilidades, en medio de muchas esperanzas perdidas, la Iglesia está llamada a sacrificarlo todo para que salgan a la luz todos esos tesoros escondidos, y así, todos juntos nos esforcemos por construir una sociedad más fraterna, más justa y más solidaria. El Señor espera de su Iglesia un trabajo firme y valiente para que su Evangelio se encarne en cada uno de todos los que conformamos la sociedad de nuestro tiempo. Entonces el Reino de Dios habrá empezado a hacerse realidad entre nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir con la máxima fidelidad la fe que hemos depositado en Cristo Jesús. Amén.

Homiliacatolica.com