jueves, 10 de enero de 2013

El que dice: ‘amo a Dios', y no ama a su hermano, es un mentiroso

¡Amor y paz!

Hoy, leemos la Carta de san Juan, que canta al amor y rechaza cualquier género de odio, y también un párrafo del Evangelio de Lucas en el que Cristo se descubre a sí mismo como el Enviado por Dios en calidad de Mesías vaticinado por los profetas. Juan nos hace ver la contradicción que hay entre un amor a Dios (invisible) junto a un desamor al prójimo (visible).

Los invito, hermanos, a leer y meditar la primera lectura y el Evangelio que se proclamarán este jueves del Tiempo de Navidad, después de la Epifanía del Señor.

Dios los bendiga…

Epístola I de San Juan 4,19-21.5,1-4. 
Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano. El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él, La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. 
Evangelio según San Lucas 4,14-22a. 
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". 
Comentario

Hoy leemos otra Epifanía de Jesús, otra de sus manifestaciones luminosas. Se trata de su participación en el culto de la sinagoga de su propio pueblo, en la pequeña aldea de Nazaret. Jesús lee ante sus paisanos un texto que anuncia la venida de un enviado de Dios, lleno de su Espíritu, para anunciar la buena noticia, el evangelio, a los pobres, curándolos de paso de todas sus enfermedades. Terminada la lectura Jesús se aplica el texto diciendo simplemente: "hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír". 

El mismo evangelista nos ha dicho, al comenzar el pasaje que leímos hoy, que Jesús recorría toda Galilea, enseñando y mereciendo la alabanza de quienes lo escuchaban y seguían. No comienza Jesús enseñando en el templo de Jerusalén a las gentes piadosas que allí acudían diariamente, ni se dirige a los poderosos sacerdotes, ni a los sabios escribas, ni a los agentes del poder romano. Jesús anuncia su evangelio, su buena noticia del amor de Dios, a las pobres gentes de Galilea.

Jesús entra a enseñar a las pequeñas sinagogas de su tierra, como viene a enseñarnos ahora, en nuestras humildes y rústicas iglesias, en nuestras propias casas pobres. Su evangelio no es tanto para los doctores y los poderosos, preferentemente para los más pobres y humildes del mundo, en los más apartados lugares de la tierra, allí donde haya hombres y mujeres que sufran y que esperen en Dios, hasta allí llega la palabra salvadora del evangelio, de la buena noticia de Jesús.
Servicio Bíblico Latinoamericano 2004