jueves, 3 de enero de 2013

Dios nos ha hecho hijos suyos, ¿¡qué más podemos pedir?!

¡Amor y paz!

En el evangelio continúa el testimonio del Bautista. Hoy señala claramente a Jesús de Nazaret: «éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije...».

Juan puede dar con certeza este testimonio porque lo ha sabido por el Espíritu: «yo no lo conocía, pero he contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él».

Acabamos de celebrar el nacimiento de Jesús, y ya se nos presenta como el profeta, el maestro, el que entregándose en la cruz, quita el pecado del mundo, y el que bautizará en el Espíritu, no en agua. Navidad, Pascua y Pentecostés: el único misterio de Cristo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la segunda semana de la Feria de Navidad.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios". 
Comentario

a) Llamarnos y ser hijos de Dios es la mejor gracia de la Navidad. Y es también la mejor noticia para empezar el año.

A lo mejor seremos personas débiles, con poca suerte, delicados de salud, sin grandes éxitos en la vida. Pero una cosa no nos la puede quitar nadie: Dios nos ama, nos conoce, nos ha hecho hijos suyos, y a pesar de nuestra debilidad y de nuestro pecado, nos sigue amando y nos destina a una eternidad de vida con él.

Todo esto no se nota exteriormente. Ni nosotros ni los demás notamos esta filiación como una situación espectacular o milagrosa. Como sus contemporáneos no reconocían en Jesús al Hijo de Dios. Pero eso son los misterios de Dios: de verdad somos hijos suyos, y aún estamos destinados a una plenitud de vida mayor que la que tenemos ahora. En medio de las tinieblas ha brillado una luz, ha entrado Dios y nos ha hecho de su familia: no puede ser que sigamos en la desesperanza o en la oscuridad.

Es una convicción que puede hacer que nos apreciemos más a nosotros mismos, de modo que nunca perdamos la confianza ni caigamos en el desánimo. Preguntémonos hoy: ¿de veras nos sentimos hijos, oramos como hijos, actuamos como hijos? ¿Qué prevalece en nuestra espiritualidad, el miedo, el interés o el amor? ¿Nos dejamos inspirar por ese Espíritu de Dios que desde dentro nos hace decir: «Abbá, Padre»?

b) Pero las lecturas de hoy nos hacen mirar también a los demás con ojos nuevos: porque ellos también son hijos del mismo Dios, y por tanto hermanos nuestros. Como fruto de esta Navidad, ¿seremos mejores testigos de Cristo, como el Bautista? ¿Nos preocuparemos más de los demás, anunciándoles al Cristo que quita el pecado del mundo y da sentido a nuestra vida?

c) Cuando nos preparamos a la comunión eucarística, el sacerdote nos invita a decir el Padrenuestro con confianza de hijos: «nos abrevemos a decir». Y a continuación a darnos la paz. Hijos y hermanos.

Y cuando ya nos invita a acercarnos para comulgar, nos repite cada vez la palabra que hoy hemos leído del Bautista: «éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo».

Cada Eucaristía debería aumentar nuestro amor de hijos, nuestra confianza en el poder perdonador de Cristo, y a la vez nuestra actitud más fraterna con todas las personas que encontramos en nuestro camino.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Pág 132 ss.