domingo, 18 de noviembre de 2012

La peor lacra no es el ateísmo sino la incoherencia entre fe y vida

¡Amor y paz!

Parece que la lacra más extendida de nuestro comportamiento religioso no es el ateísmo, sino la incoherente indiferencia religiosa. No es el rechazo de Dios, que invocaban los maestros de la sospecha (*), lo que más ha hecho mella, es algo peor y más corrosivo. La indiferencia religiosa no niega a Dios, e incluso en ocasiones acude a él, pero vive como si no existiera.

Los indiferentes ni se atreven ni quieren prescindir de Dios -es posible que "por si acaso"-, pero tampoco le dejan manifestarse en sus vidas. Dios es en sus corazones el gran censurado, pues no se le da la oportunidad de decir su Palabra ni de mostrar su misericordia; es también el gran suplantado, porque el deseo religioso que llevan dentro no desemboca en él, sino en aspiraciones adulteradas; y, por la mala costumbre de ignorarlo, se convierte en un gran manipulado, hecho a imagen y semejanza de los antojos caprichosos del hombre "satisfecho" de nuestro tiempo.

Vivir en la indiferencia religiosa es vivir en la mentira permanente, vivir una doble vida y un sentimiento dual que nos divide y, a la postre, nos destruye. Sólo le da consistencia y unidad a nuestra vida la coherencia.

La unidad entre fe y vida construye identidades personales sólidas, con futuro, y le da arraigo a los valores necesarios para la convivencia humana, la indiferencia, por el contrario, los desvirtúa (Amadeo Rodríguez).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 13,24-32.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. 
Comentario

-Absoluto y relativo

La cuestión de la diferencia entre lo absoluto y lo relativo es tema frecuente de  conversación y de discusión. Solemos tener ideas claras a la hora de definir los conceptos  abstractos de absoluto y relativo; pero las cosas ya no son tan diáfanas cuando queremos  decidir qué cosas son absolutas y qué cosas son relativas. Para el cristiano no hay más valor absoluto que Dios. De una manera muy original lo  afirmaba Jesús en el pasaje evangélico que hoy hemos leído: "cielo y tierra pasarán, pero  no mis palabras".

-Cielo y tierra pasarán

Cielo y tierra pasarán. En dos palabras se resumen y sintetizan todas las realidades que  el hombre puede imaginar (no olvidar que a Dios no nos lo podemos imaginar, pues "a Dios  nadie lo ha visto jamás" -Jn 1, 18-); y se emite sobre ellas un juicio tajante y radical: todo eso  pasará.

Una preocupante afirmación para ser meditada por los hombres y mujeres de nuestro  tiempo. Pocos se escapan de haber caído en la tentación de poner su corazón y sus  esperanzas en alguna o algunas de esas cosas que "pasarán": ya no sólo hablamos del  poder y la riqueza: esos cientos de horas y esas cantidades ingentes de energías dedicadas  a nadar cien metros en diez centésimas de segundo menos, o a conseguir un primer puesto  en las listas de discos.

-Unas palabras de Pablo

Ciertamente que el deporte es muy loable, como lo es el batir un récord, o la música, el  cine, la televisión... Lo que no resulta nada loable es hacer de todo eso cuestiones vitales,  valores absolutos. Es una degeneración del ser humano, en el sentido más estricto de la  palabra. No olvidemos las palabras de san Pablo, que no sólo hacen referencia al amor sino  también a los valores realmente importantes en la vida del hombre: "Ya puedo hablar las  lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser una  campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo  secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas que, si no tengo  amor, no soy nada. Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar  vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve" (/1Co/13/01-03). Imposible mayor claridad: para Pablo son relativas cuestiones tan importantes como el  hablar inspirado, tener toda la sabiduría del mundo, tener capacidad para mover montañas,  repartir entre los pobres todas las posesiones o incluso llegar al heroísmo de dejarse  quemar vivo; y, como son relativas, si falta el amor, falta lo verdaderamente importante, todo  lo anterior no sirve para nada.

Esto sí que es tener claridad a la hora de distinguir lo absoluto de lo relativo, lo principal  de lo secundario, lo importante de lo que no lo es tanto. Y queda claro que no se trata de  menospreciar lo secundario: se trata de valorarlo como se merece, de ponerlo en su sitio,  sin equivocar las cosas dando valor absoluto a lo que no lo tiene.

-Traspaso de valores

Quizá el problema radica en que, perdido el valor fundamental, perdido el sentido y la  experiencia de Dios, el hombre busca otros valores en su vida a los que dar ese carácter  absoluto, pues necesita apostar toda su existencia a "una carta" que le dé sentido, que  llene su vida, que ayude a soportar los muchos momentos de dolor, sin sentido, fracaso y  muerte que nos toca vivir a diario.

Pero hay que hacer comprender a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que ese  récord, esa superventa, ese ídolo, ese hobbie, etc., pueden llenar muchos ratos de la vida  de una persona, pueden ayudar a pasar muchos momentos, pueden ser una actividad  positiva en la vida que, incluso, pueden llegar a reportar importantes avances para la  existencia de la humanidad; pero que no dan respuesta a los últimos interrogantes, a las últimas preguntas, a los porqués más profundos, al último sentido de la vida del hombre;  tenemos que hacer comprender a los hombres y mujeres de nuestro tiempo lo mismo que  comprendió Pedro cuando hizo aquella afirmación: "Señor, y ¿a quién vamos a acudir? En  tus palabras hay vida eterna" (/Jn/06/68). Al parecer hoy día el hombre ha encontrado  muchos sitios a los que acudir, aunque a cambio no le ofrezcan más que una gloria efímera  o dinero.

-Momentos de lucidez

Es curioso observar cómo cuando ocurre un fallecimiento, familiares, amigos y conocidos  del difunto o difunta se deshacen en reflexiones sobre la brevedad de la vida y cómo nos  desvivimos por cosas que, a la larga, no van a ninguna parte; y se hacen firmes propósitos  de tomarse la vida de otra forma, de valorar las cosas importantes y dejar en un segundo  plano todo lo demás. Claro que, reflexiones y propósitos que en un momento llegan, en un  momento se van; y pronto vuelve todo a ser como antes: la ambición, el dinero, el  capricho... Y a olvidar -si es que alguna vez se fue consciente de ello-, que todo esto ha de  pasar, todo menos la palabra de vida de Jesús, todo menos el amor, la entrega, el servicio  al prójimo.

-Hay que decidirse

Así están las cosas: Jesús con su afirmación clara, tajante y sin paliativos; nosotros, ante  sus palabras, buscándonos excusas y justificaciones para poner nuestro corazón en esas  cosas que pasarán, como pasarán el cielo y la tierra. A cambio, ciertamente, encontramos  compensaciones momentáneas, satisfacciones pasajeras que de momento nos van  ayudando "a ir tirando", como solemos decir -o, al menos, creemos que nos ayudan a seguir  viviendo-; pero en esos momentos de lucidez que antes mencionábamos, cuando somos capaces de correr, aunque sea tímidamente, el velo con el que nosotros mismos hemos  tapado nuestros ojos, seguiremos dándonos cuenta, de verdad, de lo que vale y de lo que  no vale, de lo que merece la pena y lo que no.

¿Cuándo seremos lo suficientemente  valientes como para reconocer y aceptar lo que en esos momentos descubrimos? ¿Cuándo  nos dispondremos a vivir de acuerdo con esa lucidez que Dios mismo nos da para que  sepamos distinguir entre las cosas que pasarán y las que permanecerán? Aunque volvamos  la espalda a la realidad, aunque cerremos los oídos a las palabras de Jesús, no podemos  olvidar que sus palabras no pasarán. ¿Seguiremos dando la espalda a la verdad?

L. GRACIETA
DABAR 1988, 57

(*) Paul Ricoeur en 1970 catalogó a Freud, Nietzsche y Marx como los “Maestros de la Sospecha”. El criterio que utilizó Ricoeur para unificar a estos pensadores fue el tratamiento que recibió la conciencia en sus obras como punto de partida: El materialismo económico –Marx–, la voluntad de poder y el superhombre –Nietzsche– o el inconsciente dinámico, expresado en el deseo sexual, la frustración y la agresividad –Freud–.(www.filosofía.mx).