domingo, 12 de agosto de 2012

"¡Levántate, come, porque aún te queda mucho por caminar!"

¡Amor y paz!

La semana pasada la Palabra de Dios subrayaba el poder de la fe. La actual pone el acento en la eficacia, el poder, de la Eucaristía. El pan eucarístico que Cristo nos da está prefigurado en el pan que un mensajero de Dios ofrece a Elías, "con la fuerza del cual caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb" (primera lectura).

El pan del que Cristo habla en el Evangelio es el pan bajado del cielo, es el pan de vida, de una vida que dura para siempre, es su carne por la vida del mundo (Evangelio). Esa carne ofrecida como oblación y víctima de suave aroma, que da fuerza a los cristianos "para vivir en el amor con que Cristo amó" (segunda lectura).

Los invito, hermanos, a leer y meditar las tres lecturas que se proclamarán en la Eucaristía, en este XIX Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Primer Libro de los Reyes 19,4-8. 
Luego caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: "¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!". Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come!".  El miró y vio que había a su cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!". Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb. 

Carta de San Pablo a los Efesios 4,30-32.5,1-2.
No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.
Evangelio según San Juan 6,41-51. 
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?" Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". 
Comentario

Hay momentos en que nos resultan muy difícil seguir viviendo. ¿Qué razones tengo para seguir viviendo? -nos preguntamos-. Elías lo gritó al Señor con estas palabras: ¡Quítame la vida, que yo no valgo! ¡Basta, Señor!

Da la impresión de que todos los esfuerzos son inútiles. De nada sirve tanto esfuerzo. Casi todo lo que emprendemos está abocado al fracaso. Nos preguntamos: ¿para qué esforzarse en proclamar el Evangelio, si son pocos los que lo viven? ¿Para qué luchar por una sociedad más justa, si cada vez la injusticia parece más poderosa? ¿De qué sirven las palabras, cuando la praxis no cambia?

Hoy el profeta Elías, aparece como paradigma de un ser humano que se hace tales preguntas y -radicalizándolas- quiere que Dios le quite de en medio.

La respuesta llega: ¡Levántate y come! Vio a su cabecera un pan cocido y un jarro de agua. ¡Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas!

Dios concede el pan de la vida, el agua de la vida. Siempre de forma milagrosa. Por medio de algún ángel. No hay que desconfiar. Lo peor es huir de la presencia de Dios. Lo peor es no estar dispuesto a comer el pan que viene de su mano.

"¡Sed imitadores de Dios, como hijos muy queridos! ¡Vivid en el amor! ¡Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados, toda maldad! ¡Sed comprensivos, perdonándoos unos a otros, como Dios os perdonó en Cristo!"

"El presbítero, leyó con tanta unción el Evangelio que se hizo innecesaria la homilía" (Peter Handke). Así puede ocurrir con las palabras de este texto de la carta de Efesios. Basta reescuchar las palabras y contemplar la imagen. ¿No os parece?

No deja de ser una tremenda osadía, el hecho de que Jesús se defina a sí mismo: "Pan del Cielo! ¡Pan de la Vida! La gente se remitía a los hechos. ¿No es el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice que es el Pan bajado del Cielo?

Jesús sabe qué esto solo lo entiende quien siente dentro de sí una fuerza de atracción insuperable. Es la atracción que Dios pone en el corazón de no pocos seres humanos para que coman de este pan y vivan.

¿Cuando vas a comulgar, te das cuenta de que eres atraído? Hay unos brazos que te acogen y te estrechan, más allá de tu voluntad. La eucaristía es un abrazo invisible, una atracción misteriosa, una fuente de energía que no tiene parangón en la tierra.

Pero también nosotros podemos comer del pan, sin fe. Y esto bloquea en nosotros los dinamismos de vida. Quien come del Pan que el Hijo del Hombre da, tiene vida y vida eterna. Por eso, no teme nada. Por eso, se enfrenta sin tapujos a las fuerzas de la muerte.

A cada atentado contra la vida responde la Iglesia con una celebración eucarística. Pone sobre la Mesa el Pan de la Vida. 

Los asesinos ponen sobre la mesa el pan de la muerte. Y algunos, más de los que parece, comulgan. Ellos intentan matar a Jesús, matar el pan de la vida. No tienen ninguna excusa, ninguna. Renuncian a formar parte del pueblo de Dios, del pueblo de los vivientes.

Si Dios, Abbá de todos, atrajera un día a esos desagraciados a la Mesa de la Gracia... ¿Podremos hacer algo para acelerar esa venida? ¡Mete la espada en su vaina! ¡Acaba con las armas de muerte! ¡Acabemos también con las armas del odio, que utilizamos muchos de nosotros con tanta frecuencia!

Muchos de nuestros hermanos y hermanas están comiendo diariamente el "pan de la aflicción", se están bebiendo "lágrimas a tragos". Da pena asomarse al mundo de las noticias: violencia doméstica por aquí, violencia callejera por allá, atentados, guerras, terrorismo. Nos da la impresión de estar viviendo en tiempos malditos.

Jesús nació en Beth-lehem. En hebreo esta palabra compuesta significa "la casa (Beth-) del pan (lehem)". ¡Qué interesante ver cómo la vida de Jesús oscila entre tres polos: nace en la casa del pan, en el momento culminante de su vida pública multiplica los panes y un poco antes de morir se entrega a sí mismo en un trozo de pan. Sí, en Bethlehem nació el Pan de la Vida. En Jerusalén este pan fue entregado para desaparecer y hacerse vida del mundo.

Si sientes en tu corazón el viento del Espíritu de Jesús, ¿cómo puedes callarte tu fe? ¿cómo puedes ocultar tu fuego interior? Cada laico cristiano tiene ocasiones únicas para poder evangelizar y depositar en los lugares más insospechados, pero también más feraces, la semilla de la Palabra de Dios.

¿Sabéis que actualmente muchas jóvenes filipinas, que están sirviendo en no pocos hogares de países no cristianos, son evangelizadoras, misioneras de primera fila? Gracias a ellas crece el número de bautizados, de simpatizantes de nuestra fe. ¿Sabéis que muchos hermanos y hermanas hindúes se acercan a nuestros templo en la India, para celebrar las fiestas marianas? ¿Sabíais que el cristianismo en Japón es misionero cuando celebra la Navidad y acoge en el templo a tantos -llamados paganos- que no resisten el atractivo de una fiesta tan preciosa como el Nacimiento del Hijo de Dios?

Jesús -dice la Constitución Lumen Gentium del Concilio en el capítulo VII- atrae desde el cielo a todo el mundo hacia sí. Y en esa ola fuerte de atracción, implica a su comunidad y a cada uno de nosotros. Nuestra misión consiste en ayudar a la gente a no resistir el atractivo de Jesús. Jesús "seduce", pero hay que posibilitar que tanta gente "se deje seducir". Tal vez nuestra tarea misionera, no sea sino desatar ciertas cuerdas para que el globo pueda volar, quitar el freno para que el vehículo comience a andar, abrir las ventanas para que entre el viento.

Cada laico cristiano es un pequeño profeta, un misionero, un evangelizador. En este tiempo de verano disponemos tal vez de muchas ocasiones para disfrutar de lo mejor de nuestra fe y comunicarla a los demás.

Hay muchos medios para transmitir el Evangelio. Todo transmite cuando el amor está vivo y activado.

Claretianos 2003