martes, 3 de julio de 2012

«Dichosos los que no han visto y han creído»


¡Amor y paz!

«Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,28). Es el mensaje central del Evangelio de hoy. En efecto, nosotros no hemos visto a Cristo vivo, ni crucificado, ni resucitado, ni se n os ha aparecido, pero creemos en Él.

Por tanto, oremos con San Nicolás de Flüe: “Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti».

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este martes en que la Iglesia celebra la fiesta de Santo Tomás Apóstol.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 20,24-29. 
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". 
Comentario

Uno de los elementos comunes de todas las apariciones de Jesús descritas o citadas en los evangelios es que se trata de encuentros personales; para los destinatarios fueron una vivencia objetiva. En ella pudieron experimentar que Jesús no era un espíritu. Era el crucificado, no cabría duda: vieron la marca de la cruz en su cuerpo. Y, paradójicamente, era distinto: su corporeidad no estaba sujeta a las limitaciones propias del tiempo y del espacio. En cualquier caso, sólo se le puede reconocer si él se da a conocer.

El evangelista pone de relieve la continuidad existente entre el Jesús resucitado que toma la iniciativa de revelarse a quien quiere y el Jesús terreno que había elegido a los discípulos que él quiso. Se trata de la misma persona, pero transfigurada por la realidad de la resurrección. Los discípulos se alegran al ver al Señor; lo han reconocido cuando les ha mostrado las señales de la pasión, las manos y el costado. Sin embargo parece que el reconocimiento no resulta fácil. Tomás, que no estaba con ellos, quiere pruebas y pone condiciones para creer: quiere comprobarlo con sus propios ojos. 

Tomás no sólo experimenta esas dificultades para aceptar la resurrección, sino que además, ofrece resistencias, pues no acepta el testimonio de los discípulos, y exige pruebas. Y éstas van en escala: "ver la señal de los clavos", "meter el dedo en la señal de los clavos", "meter la mano en el costado". A Tomás no le bastan las palabras de los otros discípulos. Es necesaria la aparición de Jesús, que se presente en medio de ellos y pronuncie el saludo judío, que es su saludo pascual.

Llama la atención la actitud de Jesús resucitado que ofrece a Tomás las pruebas que éste había exigido y lo que es más importante, le invita a creer. La respuesta del discípulo es realmente emotiva: su confesión personal está cargada de afecto: "Señor mío y Dios mío". En ella manifiesta no sólo su fe en la resurrección de Jesús, sino también en su divinidad. Y con ello nos enseña que la consecuencia última de la resurrección del Mesías es el reconocimiento de su condición divina.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)