miércoles, 23 de mayo de 2012

«No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal»


¡Amor y paz!

En la llamada ‘oración sacerdotal’, que comenzamos a leer ayer, Jesús le pide al Padre por sus discípulos, por los que Él le ha dado: para que no se pierdan, sean uno, tengan alegría, sean preservados del mal y santificados en la verdad. Fortalecidos los seguidores por estos dones del Padre, podrán ser enviados.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este miércoles de la VII Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 17,11b-19. 
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. 
Comentario

a) Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro.

Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: «no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal».

Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envio yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).

Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).

b) También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros.

Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él. No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo, en el que los laicos, por ejemplo, están más sumergidos, pero también los religiosos y los ministros ordenados.

Eso sí: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios-, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.

En la Eucaristía, y siempre que rezamos el Padrenuestro, pedimos a Dios: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Que puede traducirse también «del Maligno».

Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al «que quita el pecado del mundo».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 149-152