domingo, 28 de noviembre de 2010

El centro de nuestra vida es el Señor Jesús

¡Amor y paz!

Comienza un nuevo año litúrgico y la preparación de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo. Se inicia el Adviento, que nos llama a asumir dos actitudes fundamentales: la esperanza y la vigilancia. Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Primer Domingo de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 24,37-44.

Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. 

Comentario

El centro es, ya desde el primer momento, la Pascua del Señor Jesús. El ciclo de Navidad que hoy empieza no es una especie de doblete con el de Pascua sino que, celebrando el nacimiento, anunciamos ya el misterio del Hijo que por la muerte y resurrección salva a la humanidad.

El centro de nuestra vida, eclesial y litúrgica, es el Señor Jesús. Él es el "sí" de Dios al sufrimiento y a la esperanza de los hombres. El año litúrgico es el recuerdo y la celebración en nuestro hoy del misterio de Aquel que en Él mismo ha llevado la humanidad a su única y verdadera plenitud. Lo celebramos cada año y tiene el peligro de la rutina y de la repetición de fiestas conocidas, tradicionales, muy estereotipadas (Navidad, Epifanía, Viernes Santo, Pascua...). Es competencia del celebrante recordar, con palabras sencillas, su sentido profundo, especialmente hoy que empezamos un nuevo año litúrgico.

El Adviento, preparación a la Navidad, es la celebración de la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad. Es, pues, una esperanza a la vez gozosa, segura y exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios.

Signos

Debe notarse, el inicio del Adviento. Es un tiempo de sobriedad: supresión de flores, vestiduras moradas, omisión del Gloria; para destacar que tendemos a la fiesta plena, el retorno del Señor, y la Navidad será su signo. Se conserva el aleluya, signo del gozo de la esperanza. Puede ser pedagógico hacer la corona de Adviento. Es una forma plástica de subrayar el Adviento como "camino" hacia la "luz". Será positivo colocar en el presbiterio una imagen de la Virgen María, quizá combinando con la corona. Debe ser de María con Jesús, y mucho mejor si María ofrece, muestra el niño; el centro es siempre Jesucristo, a quien María ama y hacia quien conduce y guía. Todos estos signos deben "significar" por sí solos. Pero a veces se hace necesaria una breve alusión para evitar que caigan en el folclorismo rutinario.

Mensaje y llamada del Adviento

Sin lugar a dudas, es bueno saber qué acentos subrayaremos en la homilía de cada domingo. Pero conviene no olvidar que son acentos de un conjunto, el misterio de Dios que nos conduce a la vida por Jesucristo. No demos por supuesto que la comunidad ya lo tenga presente.

El mensaje central es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada, escandalosa.

Hoy es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. Esta vivencia responde a la realidad, pero hagamos el esfuerzo de situar la decepción: estamos decepcionados de los hombres. A base de los valores más nobles podemos hacer grandes obras pero podemos hacer también inhumanidades terribles.

La fe cristiana, en cambio, habla de Dios. Él es la Plenitud de la Vida que ama al mundo y viene. La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos. El monte firme (Is. 1. lectura) es el Señor Jesús encumbrado en su vida, especialmente en su cruz y resurrección. Es así como Dios ha realizado la esperanza de los hombres expresada tan vivamente por Isaías. Los hombres, incluso con proyectos nobles, somos mezquinos y podemos fallar. Pero Dios es fiel en su amor, y posibilita la vida humana en medio de todas las dificultades.

Este mensaje lleva a dos actitudes subrayadas hoy por la liturgia: la esperanza y la vigilancia. Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana. Cuando todo se hunde él sigue fiel. La esperanza cristiana es segura: Dios siempre hace posible nuestra vida de amor y de paz. No sabemos qué pasará mañana o con qué mundo se encontrarán nuestros hijos, o cómo encararemos problemas terribles e insolubles: el tercer mundo, los marginados, las guerras, los abortos, las injusticias, las corrupciones. Nosotros creemos que Dios sigue siendo fiel y hoy, mañana y siempre, mueve al amor y a la paz. Es la fuerza del Adviento cristiano en nuestro mundo. Esperar conlleva desear la vida nueva para todos, la venida del Señor; no el "fin de los tiempos" neutro y catastrófico, sino el "retorno del Sefior", la victoria de su Espíritu de amor. Y con la esperanza, el trabajo y el combate (Pablo, 2. lectura), la llamada a la vigilancia (evangelio). Vigilar, estar en vela, significa escuchar a los demás sin vivir con demasiadas seguridades; mirar a los que sufren sin pasar de largo; trabajar para llevar el diálogo y la paz; también, evidentemente, constatar nuestra mediocridad, arrepentirse y volver a empezar. Es la manera de estar atentos a la presencia viva, amorosa, exigente de Dios en cada momento de nuestra vida.


Gaspar Mora
Misa Dominical 19