viernes, 6 de agosto de 2010

¡Necesitamos convertirnos!

¡Amor y paz!


Celebra la Iglesia hoy la Fiesta de la Transfiguración del Señor. Según dicen los exégetas (personas que interpretan un texto), el centro del evangelio de hoy no es el propio Jesús. En la intención de Mateo están, en primer término, los tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. El evangelista nos hace una indicación temporal: "a los seis días". Seis días antes, efectivamente, Pedro no admitía el punto de vista de Jesús sobre el Mesías. Con la transfiguración, los tres discípulos, en calidad de germen eclesial, van descubriendo el significado de Jesús.

Así debemos enfocar el mensaje de esta fiesta. No se trata de una contemplación maravillosista del milagro de la transfiguración cuanto de descubrir en nuestra vida la necesidad de una transfiguración. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Lucas 9,28-36. 

Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.  


Comentario

La transfiguración del hombre: Apenas se respetan los derechos humanos, y sin embargo, el hombre es mucho más que sus derechos.

Transfigurar al hombre es mostrar su dignidad y reconocer la dignidad de los otros, es mostrarnos los unos y los otros como hermanos e hijos del Padre. Sólo en la cumbre de la fraternidad, el auténtico objetivo de toda la historia humana, sólo en el amor por encima de la simple justicia -¡nunca por debajo de ella o al margen!- puede resplandecer un día la auténtica gloria y la dignidad del hombre, de todos los hombres.

No basta con la igualdad, tan lejos todavía. Hace falta el amor. Porque el hombre sólo da la medida cuando es hombre con el hombre, cuando es un hombre para todos los hombres y no un depredador. El que no ama no se conoce a sí mismo, ni a los demás, no sabe cuál es su dignidad y su vocación. Tampoco reconoce a Dios y a su Hijo, Jesucristo.

EUCARISTÍA 1978, 36
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