domingo, 8 de noviembre de 2009

LA DIFERENCIA ENTRE COMPARTIR Y DAR LIMOSNA

¡Amor y paz!

Jesús juzga por lo que hay en el corazón del ser humano, no por la lista de obras materiales que los hombres realicen ni por los honores y aplausos que puedan recibir.

Los invito, hermanos, a que lean y mediten el Evangelio y el comentario, en este Domingo de la 32ª. semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 12,38-44.

Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad". Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".

COMENTARIO

Es gozoso descubrir cómo los ojos de Jesús se fijan siempre en los hombres y mujeres sencillos que saben vivir el amor de manera limpia y generosa. Jesús observa a la gente que deposita sus limosnas en el templo. Muchos ricos ofrecen espléndidos donativos, pero pasan desapercibidos a sus ojos. Sorprendentemente, su mirada se detiene en una pobre viuda que echa la cantidad ridícula de «dos reales».

La alabanza de Jesús es aleccionadora. Esta pobre mujer ha sabido dar más que nadie, porque «los demás han echado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

No está de moda la compasión. Se diría que para muchos es un sentimiento desfasado y anacrónico. Una actitud innecesaria en una sociedad capaz de organizar de manera eficiente los diversos servicios sociales.

En esta sociedad en que «creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas» (E. Fromm), corremos el riesgo de endurecer nuestro corazón y hacernos impermeables al dolor ajeno.

Se nos está olvidando lo que es la «compasión». Ese saber "padecer con" el necesitado y vibrar con el sufrimiento ajeno. Miramos a las personas desde fuera, como si fueran objetos, sin acercarnos a su dolor.

Cada uno corre tras su felicidad. Cada uno se preocupa de satisfacer sus propios deseos. Los demás quedan lejos. Si la viuda sabe dar todo lo que tiene es, sin duda, porque «pasa necesidad» y comprende desde su experiencia dolorosa las necesidades de los demás.

Pero cuando uno se ha instalado ya en su pequeño mundo de bienestar y comodidad, es difícil «entender» el sufrimiento de los otros. Sin embargo, parece que necesitamos conservar la ilusión de que hay en nosotros todavía algo humano y bueno. Y entonces, damos "lo que nos sobra".

Nos tranquilizamos desprendiéndonos de objetos inútiles, muebles inservibles, electrodomésticos gastados. Pero no nos acercamos a los que sufren y necesitan quizás nuestra cercanía. Y, sin embargo, el desvalido necesita siempre un calor, una defensa y una acogida que sólo el que sabe compadecerse le puede ofrecer.
«El estado no puede visitar a los enfermos. Las estructuras no pueden ir a pasear con un inválido. ¡Tú sí!» (Ph. Bosmans).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 243 s.
www.mercaba.org